¡BIENVENIDOS AL BLOG DEL TALLER LITERARIO DESPERTARES!

Bienvenidos al blog del TALLER LITERARIO DESPERTARES de la Biblioteca Popular "Cultura y Progreso" de Morteros, Córdoba, República Argentina.

Este blog se inicia el 14 de junio de 2011 para publicar los trabajos de los participantes del taller, que funciona en la Biblioteca Popular "Cultura y Progreso".

Ilustración de la cabecera: "El desván de la memoria" de José Manzanares, creador de sueños, artista plástico de Linares, Jaén, España.

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jueves, 14 de septiembre de 2023

501. CUENTOS DE ALEJANDRA KAMIYA: ARROZ y UN DESAYUNO PERFECTO

 




ARROZ de Alejandra Kamiya

Hoy es jueves y los jueves almorzamos juntos.

Hablamos mucho, o lo que para nosotros es mucho. Ninguno de los dos somos personas que otros consideren conversadores.

A veces hasta almorzamos en silencio. Un silencio cómodo, liviano como el aire del que está hecho, y en el que se expresa mejor el sabor de lo que comemos.

Algunas otras veces cuando hablamos, las palabras van formando pequeños montículos que lentamente se transforman en montañas.

Entre una y otra hacemos silencios largos: valles en los que pensamos como si anduviéramos.

Es sabido que las conversaciones y la música, están hechas también de sus silencios.

Elegimos un restaurant que es una casa antigua en San Telmo. Tiene un patio en el centro, un cuadrado de cielo propio, nubes diferentes todo el tiempo.

La conversación con mi padre avanza a un paso tranquilo, como en un paseo.

De repente, en medio de una frase, él dice,  “… limpiar arroz…” y junta las manos haciendo un aro con los dedos y las mueve arriba y abajo como si golpeara algo contra el borde de la mesa.

Lo que ocurre de repente no es que él diga esas palabras sino que yo me doy cuenta de que no sé cómo se limpia el arroz. Lo que ocurre de repente es que me doy cuenta de que sé muchas cosas de él así, sin saberlas, apenas intuyéndolas.

Sé que mi padre en sus manos debe estar sujetando un manojo de algo que yo no veo. Busco en mi memoria los campos de arroz que vi en Japón e imagino que el manojo debe ser de esa especie de juncos verdes.

Deduzco torpemente que el arroz debe estar adherido a las plantas y al sacudirlo, debe caer. Como pequeños frutos o semillas.

Así, viendo los gestos de mi padre, puedo llegar al pasado, a Japón o a la historia de mi padre, que es la mía. Como miro cuadros impresionistas, sin buscar los detalles sino la luz, la idea. Como conozco los árboles de la vereda de mi casa, sin saber sus nombres, pero sin poder imaginar mi casa sin ellos en las ventanas.

Así converso con mi padre: segura y a tientas.

Él dice por ejemplo que este país es un niño, “200 años apenas”, y junto al niño yo veo a un Japón viejo, con manos en los que la piel cubre y descubre la forma de los huesos.

Si él se agarra la cabeza cuando dice que corrían por campos de té, yo sé que pasan aviones por el cielo que no veo y que bombardean.

Miramos el menú y elegimos platos que vamos a compartir. Mi padre nunca se acostumbró a comer un solo plato. Fue mi madre la que se acostumbró a preparar varios platos para cada comida.

Después hablamos de libros. Él está leyendo “Las benévolas”, un libro que lleva consigo a donde vaya.

Mi padre siempre lleva un libro y un diccionario con él. A mí, que nací y me crié en Argentina, me da pereza buscar palabras en el diccionario. A él, no. El español de mi padre japonés es más vasto y más correcto que el mío.

Me cuenta que fue a hacerse unos estudios que le ordenó el médico y mientras esperaba leyó unas cuantas páginas.

“¿Qué estudios?”, le pregunto. “Una biopsia”, responde.

Tengo miedo, un miedo espeso. Siento lo que está al acecho, y una certidumbre parecida a la de que al día lo sucede la noche. Una especie de vértigo.

Todo lo que no pregunté en años vuelve a mí. Cada pregunta vuelve y trae otras. Quiero saber por qué mi padre eligió este país, este país niño. Quiero saber cómo fue el día en que mi padre supo que había comenzado la guerra, cómo fueron cada uno de los días que siguieron hasta el día en que llegó a esta tierra. Quiero saber cómo eran sus juguetes y su ropa, cómo era ir al colegio durante la guerra, cómo era el puerto de Buenos Aires en los sesenta, si le escribía cartas a mi abuela, qué decían. Quiero saber los colores, las palabras, el olor de la comida, las casas en las que vivió.

Una vez me contó que cuando recién había llegado, no se metía en la bañadera sino que se lavaba fuera de ella y sólo se sumergía en el agua cuando estaba limpio, porque ése es el modo en que se hace en Japón.

Como ésas quiero que me cuente más cosas. Muchas. Todas.

Quiero que me cuente cada día, para que no lo sople el tiempo. Tal vez para escribirlo: dejarlo agarrado con tinta a un papel para siempre.

¿Por dónde empezar? ¿Dónde empiezan las preguntas? ¿Cuál es la primera?

Busco por dentro, como si corriera perdida en este valle de silencio que se ha abierto de repente entre las palabras. Perderse en un lugar tan vasto se parece a un encierro.

Cuando dejo de buscar, veo la pregunta frente a mí como si me hubiese estado esperando.

Miro a mi padre y digo mi pregunta.

Él sonríe, toma un papel de entre las hojas de su libro y saca un lápiz negro del bolsillo del saco que lleva puesto. Dibuja líneas muy juntas, algunas paralelas y otras que se entrecruzan. Luego otra, perpendicular y ondulada, que las corta cerca de un extremo. Son las plantas de arroz en el agua.

Después hace unos círculos muy pequeños en las puntas: los granos.

Me dice que se van llenando y vuelve a trazar las líneas pero en lugar de rectas, curvas en los extremos: las plantas cuando el arroz madura.

“Cuanto más lleno está uno, cuanto más educado es, más humilde debe ser”, dice. “Uno debe inclinarse como la planta de arroz por el peso de los granos”.

Luego extiende las manos y los brazos y los mueve paralelos al piso. “Se colocaban grandes telas sobre el campo”, dice.

Yo las imagino blancas, ondulándose apenas, como se mueve el agua cuando es mansa.

Él vuelve a poner las manos como si agarrara un pequeño atado y lo sacude como hizo antes, contra el borde de la mesa.

Ahora veo claramente, casi puedo tocar, los granos de arroz que se desprenden.

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UN DESAYUNO PERFECTO de Alejandra Kamiya

No vas a esperar a que se cuele la luz por la ventana. Vas a mirar a Takashi dormir a tu lado. Vas a pensar que es bueno que descanse porque lo espera un largo día de trabajo. Vas a levantarte del futón sin hacer ruido, y levísima vas a andar por el tatami hasta la cocina, donde te vas a vestir para no rasgar el sueño de papel de Hiro y de Takashi.

Un desayuno perfecto requiere pescado fresco y el pescado más fresco está en los alrededores del mercado de Tsukiji. Es temporada de caballa. Vas a ir en tren a Tsukiji por una caballa perfecta.

Una vez allí todas te van a parecer bellas. Ese reflejo azul, las líneas de tigre en negro mojado, siempre mojado, como un recuerdo que nunca se seca, un recuerdo del océano. Vas a cerrar los ojos y vas a elegir. No te vas a dejar llevar sólo por lo que veas. Vas a hacer el viaje de regreso a casa con la caballa perfecta en una bolsa, deseando que no se produzca ninguna demora. Sería una pérdida de frescura. Una grieta en la lisura de tu plan.

Una vez en casa, vas a cortar la caballa a la mitad y la vas a salar, para que retenga en ella su espíritu del mar. Vas a poner el arroz en remojo, después de haberte lavado las manos con ese jabón de coco que te regaló Mariko. Qué afortunada. ¿Cuántas japonesas se lavan por la mañana la cara y las manos con un jabón de cocos?

Vas a imaginar una playa como las de los avisos de agencias de viaje y vas a acercar tu imaginación a la punta de las palmeras: vas a ver los cocos, con los que hicieron el jabón para que tus manos sean suaves esta mañana. Vas a desear que algo de esa playa y esa blancura del coco pase al arroz a través de tus manos cuando lo laves y lo dejes en reposo.

El reposo es importante. En todo. Para hacer el miso shiru vas a perfumar el agua con pequeñas anchoas secas. Vas a imaginar la danza del dulzor del coco con el sabor salado de las anchoas. Como si ese mar que acaricia los pies de las palmeras volviera a hacerlo en Tokio, en tu casa.

No vas a poner muchas anchoas en el agua porque si no esa danza de sabores se transformaría en una lucha. Vas a abrir el natto, y el paquete de nori, ese que compraste después de ahorrar. Nori de una negrura perfecta, como una muerte. Sin los atisbos de verde de las algas comunes. Hay algo de soberbia en este gesto y te vas a avergonzar, pero la idea de un desayuno perfecto va a volver a convencerte de que hiciste bien, de que un solo elemento de otra calidad echaría a perder el trabajo puesto en todos los demás.

Por eso también vas a usar el té del primer brote, ese del sur del Japón.

Vas a retirar el agua del fuego antes de hervir, vas a humedecer apenas las hojas y luego de echar el agua las vas a dejar reposar. Se van a desperezar y van a dejar salir su sabor, su perfume, su esencia verde en tu cocina gris. Vas a ir a la habitación de tu hijo. Vas a quedarte arrodillada junto al futón mirando su respiración. Podrías pasar todo el tiempo del mundo así. Qué egoísta. Podrías dejar que el desayuno se pudriera en la cocina, y el resto del mundo sin sentido se hiciera pedazo allí afuera, y seguir arrodillada junto al futón de Hiro. Como si fuera tuyo y no del mundo que lo espera y del que es un engranaje más.

Vas a poner una mano en su pequeño hombro flaco. El niño va a decir« Hi» y le vas a responder con un tono de voz ni alto ni bajo que es la hora de levantarse. Él se va a restregar los ojos y va a decir «Sí, mamá» y luego se va a volver a tapar para remolonear un minuto más.

Luego vas a volver a la cocina y vas a escuchar cómo Hiro y tu marido se preparan para sus días llenos de obligaciones, como árboles llenos de frutos o de flores. Vas a mezclar la mostaza con el natto: una danza de espadas. Un tintineo filoso en tu nariz. Vas a colocar todo sobre la mesa con el mismo cuidado de cada mañana pero buscando algo más.

Ningún ángulo debe desafinar, ningún color puede chocar o apagarse, deben fluir hasta Hiro y su papá. Los perfumes deben seducir como lo que se oculta. El orden debe ser amable como la voz de las chicas de los ascensores de los grandes almacenes.

Vas a colocar una pequeña flor junto al recipiente del natto. Casi un gesto de vanidad que no vas a poder evitar. Una señal tal vez. Tu marido y Hiro van a arrodillarse alrededor del desayuno. Vas a disfrutar mirándolos comer. Hiro, un poco desgarbado como acurrucado aún en el sueño, se va a restregar la cara con el dorso de la mano que sostiene los ohashi.

Vas a romper un huevo y lo vas a colocar en su bol. Un sol se va a esparcir por un pequeño mundo de arroz. Vas a ver a Hiro terminar de despertarse al masticar, y vas a percibir que se da cuenta de que éste es un desayuno perfecto. Tu marido va a comer hasta el último grano de arroz, lo último del natto, la última fibra «Oishi», va a decir Hiro, y vas a estar satisfecha y vas a agradecer, inclinando apenas la cabeza y sonriendo más con los ojos que con los labios que no se despegan. «Oishi» va a repetir el niño, y vas a sentir un pez globo en el pecho. Tu marido va a volver a asentir.

La mesa va a quedar vacía. Sólo los bols, tazas, pequeños platos, vacíos como esqueletos. Y la flor, abierta como una boca que grita. Muda sentido en su belleza. Hiro va a decir que tiene clase de inglés y se va a levantar corriendo.

Tu marido va a esperar un poco, como si reposara, como el arroz, como el té. Luego se va a poner de pie apoyándose en los puños.

Vas a recoger las cosas de la mesa. Las vas a dejar cubiertas de espuma en la pileta. Te vas a enjuagar las manos para despedirlos. Vas a usar tu jabón de coco una vez más.

Hiro va a llevar su mochila y su gorra de béisbol. Le vas a decir que se la debe quitar antes de entrar al colegio. Él va a asentir y te va a decir que su amigo lo espera en la otra calle. Le vas a decir que no lo haga esperar.

Tu marido, ya en la puerta, antes de calzarse, te va a decir que ha sido un desayuno perfecto. Vas a agradecer Una vez sola en la casa, vas a limpiar en detalle, como siempre, pero de otra manera. Todo puede siempre mejorarse. Qué falta de humildad sería no intentarlo.

Al terminar, te vas a sentar junto al horno y vas a abrir la puerta, hacia abajo como los puentes levadizos. Vas a girar la llave y vas a apoyar la cabeza en la puerta como si fuera una almohada en la que vas a descansar. La nota de disculpas ya estará hecha y la habrás dejado sobre la mesa. Vas a pensar en las playas llenas de sol y palmeras muy altas. En las puntas vas a ver cocos y vas a adivinar su interior blanco y su perfume. Vas a mirar el mar, vas a sentir ese olor extraño que viene y va


futón Del jap. futon. 1. m. Colchoneta de algodón que sirve como asiento o como cama, típica del Japón.

tatami Del jap. tatami, y este der. de tatamu 'doblar'. 1. m. Tapiz acolchado sobre el que se ejecutan algunos deportes, como el yudo o el kárate.


Alejandra Kamiya




BIOGRAFÍA

Alejandra Kamiya nació en Buenos Aires, Argentina, en 1966. Se formó en el mítico taller de Abelardo Castillo. Ha publicado: Los que vienen y los que se van: historias de inmigrantes y emigrantes en la Argentina (2008); Los restos del secreto y otros cuentos (2012); Los árboles caídos también son el bosque (2015) y El sol mueve la sombra de las cosas quietas (2019).
Sus relatos han recibido los premios: 1º Premio en el Concurso de cuentos Cencosud. 1º Premio en el Concurso de cuentos UCA - SUTERH. 2008. 1º Premio en el Concurso de cuentos de Feria del libro de Buenos Aires. 2009. 1º Premio en el Concurso de cuentos Fondo Nacional de las Artes.(junto con otros dos premiados) 2010. 1º Premio en el Concurso de cuentos Metrovías. 1º Premio en el Concurso de cuentos Max Aub. 2011. Mención en el Concurso de cuentos Fundación Lebensohn.


BIBLIOGRAFÍA
Los que vienen y los que se van: historias de inmigrantes y emigrantes en la Argentina (2008)
Los restos del secreto y otros cuentos (2012)
Los árboles caídos también son el bosque (2015)
El sol mueve la sombra de las cosas quietas (2019)


PREMIOS
Premio en el Concurso de cuentos Cencosud
Premio en el Concurso de cuentos UCA - SUTERH. 2008
Premio en el Concurso de cuentos de Feria del libro de Buenos Aires. 2009
Premio en el Concurso de cuentos Fondo Nacional de las Artes 2010
Premio en el Concurso de cuentos Metrovías
Premio en el Concurso de cuentos Max Aub. 2011.

 

ENLACES
http://atletasrevista.com/alejandra-kamiya/
https://www.eternacadencia.com.ar/blog/editorial/tag/Alejandra%20Kamiya.html
http://www.agenciapacourondo.com.ar/fractura/alejandra-kamiya-espero-volverme-cada-vez-mas-austera-no-solo-en-mi-escritura-sino-en-mi
https://www.youtube.com/watch?v=j_tGGUdAmZY
https://www.facebook.com/watch/?v=1315221038640453
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