Amaneció
muy calma la campiña, no hay ni una mínima brisa que se escurra entre el
follaje. Hace calor, a las seis, hora en que doña Pancha sale a alimentar a sus
patos y gallinitas, el termómetro enganchado el tiento, colgado en uno de los troncos sostén
de la enramada, marcaba 26º, mucho calor
para un amanecer primaveral. Entre las aves del gallinero, moviéndose
cansinamente, doña Pancha otea el
horizonte, hacia el este, negros nubarrones se elevan amortajando al naciente
sol, humedeció su resquebrajado labio y musitó: “¡Parece que va a llover!” Mujer campera, sabia, con esa sapiencia que da el vivir en comunión con la madre
naturaleza.
Apuró sus tareas matinales, acarreó agua de
la acequia y leña para el fogón. Tomo unos mates cimarrones, acompañados de
crujientes tortas fritas, mientras acariciaba a su gato, Rejucilo, que, ni
lerdo ni perezoso abandonó la comodidad del catre, demandando esas delicias:
“Vea Rejucilo, va a llover, mejor será
que me apure, en mi quehacer.”
Partió presurosa, rengueando, porque su
cadera le anunciaba el inminente cambio del tiempo: “ Y si, parece que va a
llover nomás!”. Rumbeo pa el monte, en busca de las cabras, que temprano de
madrugada, había ordeñado, y estaban pastando
en el monte cercano. Hay que traerlas al resguardo del corral antes que se
desate la tormenta, para que no se pierdan en el monte.
A media mañana regresó con sus cabras al
rancho, el cielo era un tapiz de nubes, una sinfonía de grises que oscurecía el
paisaje. Los pájaros volaban bajito, las arañas y toda alimaña,
buscaban refugio. Panzón y Rosquita, los perros de doña Pancha, se
metieron presurosos al rancho acurrucándose bajo el fogón. Doña Pancha recogió de una alambrada las cobijas que
había sacado a orearse, se ubicó en medio del patio, observó todo su entorno,
el cielo, el horizonte, y vaticino: “Va a llover, y mucho, caray! Ahí van las
arañas trepando pa arriba, el agua va a subir!”
Un estruendo rompió la calma, el tapiz
nuboso se iluminó de varios tonos de rojo, hacia el Sur una nube parecía tocar
el suelo detrás de un denso muro de agua. Doña Pancha entró presurosa, mientras
sobre el rancho comenzaron a rebotar, gordas y pesadas gotas que al caer en la
tierra levantaban pequeñas nubes de polvo. Un intenso olor a tierra y agua se esparció por el aire. Las gotas comenzaron
una danza en crescendo hasta convertirse en frenética y desbocada.
Al mediar la tarde, comienza a amainar, el
viento sopla y va quitando el tapiz de
nubes. Como hilos dorados se asoman los primeros rayos del sol, todo se viste de colores, el cielo, las
lomas, el monte. Sinfonía de trinos, balidos, cacareos, amenizan el momento. Doña Pancha, sale del rancho y comenta: “Ya
lo decía yo, ha llovido nomás.” Y sonriendo,
con renovadas energías retoma sus quehaceres.
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