¿POR QUÉ SURGEN LAS LEYENDAS?
Ya sea porque le es necesario creer en algo que vaya más allá de lo racional, o por convicciones religiosas, por fidelidad a la tradición oral o hasta por ignorancia, en todo el mundo existieron y existen personajes, leyendas y mitos para explicar lo inexplicable, para vincular la realidad con la fantasía o para encontrar soluciones a lo que al hombre le resulta imposible solucionar por medio más ortodoxos.
Es así entonces que desde sus orígenes, quienes habitaron el suelo de la hoy República Argentina, se aferraron a ellos y trascendiendo en el tiempo, llegaron a nuestros días, donde se “aggiornaron” e incrementaron, con dudosas constancias de su realidad y con la hoy mucho más dramática necesidad de “creer”, porque todos sabemos que “las brujas no existen, pero que las hay, las hay”.
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La Difunta Correa, cuyo nombre original era Deolinda Correa, es un personaje mítico de nuestro país, que encierra una conmovedora historia de amor y fidelidad. Luego de su muerte, se transformó en objeto de culto y devoción, y se le atribuyeron milagros. Su santuario se encuentra en la localidad de Vallecito, provincia de San Juan, y allí es visitada cada año por miles de creyentes de todo el país y de países vecinos, que llegan para pedirle favores, cumplirle promesas o agradecerle por la ayuda o el milagro concedido.
LA DIFUNTA CORREA
Cuenta la leyenda de la difunta Correa, que DEOLINDA CORREA vivía con su marido CLEMENTE BUSTOS y un pequeño hijo de ambos, en un humilde rancho en cercanías de Angaco, provincia de San Juan y que cuando allá por 1830, durante los crueles sucesos de la guerra entre caudillos que ensombreció a la Patria, las “montoneras” federales de FACUNDO QUIROGA pasaron por su casa en marcha hacia La Rioja, se llevaron, enrolado por la fuerza a su marido.
Pasado el tiempo, luego de varios días sin tener noticias de éste, al enterarse de que había caído prisionero de los unitarios y preocupada por el estado de salud de su marido, DEOLINDA salió a buscarlo, llevando con ella a su pequeño hijo, un “chifle” con agua y unas pocas provisiones.
Siguió las huellas de la tropa por los desiertos de la provincia de San Juan y alcanzó a llegar al caserío de Vallecito, en cercanías de Caucete, donde comienzan a abrirse las hondonadas y faldeos que delatan la proximidad de la sierra Pie de Palo.
Poco más allá de Caucete desaparecen los viñedos del valle de Tulum y se inicia el desierto sanjuanino, conocido como la Travesía, un paraje cuya imponente y reseca desolación aun hoy revive su vastedad en relatos que hablan de fieras, venados y rastrilladas frecuentadas por los huarpes y los diaguitas y más tarde por arrieros y troperos.
Matas de pasto duro y raquíticos espinillos recostados alternan con lomadas que a veces parecen médanos, y no hay aquí agua ni posibilidad alguna de traerla mediante obras de riego.
Agotada su provisión de agua y alimentos que llevaba, los rigores del desierto que se atrevió a desafiar en busca de su marido, terminaron por minar las fuerzas de DEOLINDA CORREA.
Estrechó a su pequeño hijo junto a su pecho y antes de poder llegar hasta un algarrobo que le prometía sombra y abrigo, la sed, el cansancio y el hambre la derrumbaron. Allí quedó tendida, bajo el calcinante sol, aferrando aún entre sus pechos a la criatura, también desfalleciente.
Dicen que se sintió morir y que le rogó a la Virgen para que salve a su pequeño hijo; que conservase la vitalidad de sus pechos, de los que dependía su criatura para alimentarse.
Y el milagro se produjo. Tres días después, unos arrieros que pasaban por el lugar, atraídos por el llanto de un niño, la encontraron muerta, pero con su hijo vivo, amamantando todavía de sus pechos, el alimento que le permitió sobrevivir. Los hombres dieron sepultura a la mujer cerca del árbol que había refugiado sus últimos momentos y se llevaron al niño.
Y allí habría terminado esta dolorosa historia si años más tarde, un arriero chileno llamado ZEBALLOS en un viaje de regreso a su país, a poco de pasar por el lugar donde se hallaba la tumba, vio que su arreo se dispersaba enloquecido por una violenta tormenta que se abatió sobre esos campos.
Desesperado no sólo por la pérdida que ello significaba sino porque el hecho afectaba su nombradía con arriero, reclinado ante la tumba de DEOLINDA, prometió que si recuperaba el ganado, construiría allí una hermosa capilla para que se la honrara. Y otra vez se produjo el «milagro». Al despuntar el nuevo día nuestro buen ZABALLOS encontró a su ganado, pastando apaciblemente en una quebrada, que lo había protegido de la tormenta
ZEBALLOS cumplió su promesa y erigió un oratorio, que con el andar del tiempo se convirtió en un santuario. Está sobre la actual ruta nacional 141, en proximidades de la localidad de “Vallecito”, Departamento Caucete, en la provincia de San Juan. Parecen construcciones de piedra, pero acercándose a ellas, puede verse que hoy sus paredes, quizás de barro, están totalmente cubiertas de placas, donde los devotos, dejan su agradecimiento por el “milagro” que les concediera la Difunta.
Y fue entonces que esa sencilla devoción, comenzada por arrieros y troperos se agigantó llevada por ellos hacia sus remotos destinos y a fines del siglo XIX, gran cantidad de promesantes comenzaron a llegar a ese lugar del milagro.
Y si bien fueron los arrieros y luego los camioneros, quienes difundieron el culto a la difunta Correa, pronto comenzaron a llegar caminantes mostrando llagas en sus pies descalzos, jinetes venidos desde lejos, hombres, mujeres y jóvenes mezclando alcurnias y miserias, unidos todos por la necesidad de un milagro, los que se acercan desde entonces, con medallas y estampitas con su imagen y con las infaltables botellas, chifles u odres con agua, para que “nunca le falte agua a la DEOLINDA”, para que no sufra más aquellos rigores de la sed que la abatieron.
Se dice que hasta trescientas mil personas acuden por año al santuario de la difunta Correa y que en Semana Santa, el cerro se cubre de fieles seguidores, llegados desde lejanos rincones de nuestra tierra, de Chile, Uruguay, Paraguay y hasta de países tan remotos como Perú y Canadá, según los registros que llevan las autoridades de la provincia de San Juan
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