Llego a este momento
de mi vida y la soledad es mi compañía.
Cuando vislumbraba el
fruto, merecido por el esfuerzo de años de trabajo, y soñaba con el futuro de
los hijos y porqué no con nietos, un acontecer del destino se llevó de mi lado
a mi esposo, con apenas 54 años.
Hoy, cuando accedo al
campo que tantas veces recorrimos juntos y miro esa llanura donde florecen
cereales, pienso en los sudores pasados, y el presente acongoja el recuerdo.
Cuando camino por ese
parque frondoso, verde de eucaliptus y cipreses que se elevan buscando el
cielo, vuelvo, inevitable, a ese orgullo del momento, cuando me llevó a conocer
la heredad que en la división de bienes con el hermano, había aprobado.
Entonces era campo
raso, donde faltaban: vivienda, corrales para el ganado, galpones para el
resguardo de los enseres del trabajo diario. Sombras que cobijaran el descanso,
luego de agotadoras labores campesinas.
Allí… no había nada,
era un solar esperando brazos que abrieran los surcos del mañana.
El lugar, había sido
parte de la estancia “La Guasuncha”, ahora loteada, propiedad de una conocida
empresa del Norte santafesino, cuestionada por la explotación que hacía del
quebracho colorado.
Poco después, con el
personal, levantaron un solitario galpón que hizo de temporaria vivienda en la
emergencia. Cuando regresaba a casa en el pueblo, mi esposo me contaba cómo
crujían las chapas en las tórridas siestas del verano, cuando el sol ardiente
las abrazaba.
No había
electricidad. No había teléfonos. Alrededor sólo había silencios.
Un silencio que
quebraban a veces coros estridentes y el batir de alas verde esmeralda, que
raudas surcaban el cielo, buscando el reparo y la sombra en lejanas isletas de
eucaliptus, que se divisaban en lontananza.
Luego llegaron las
travesías por guadales de tierra para acceder al lugar. Más de cien quilómetros
nos separaban del mismo.
El camino que
hacíamos orillaba los pueblos de Morteros, Suardi, San Guillermo, Villa
Trinidad, Arrufó, La Rubia, Hersilia, para desde allí continuar unos 36
quilómetros y llegar. Otro camino de costumbre era pasar por
Palmeras, Curupayty, Arrufó, La Rubia, para por la Ruta 34 llegar a Hersilia.
Sin dudas un largo periplo para los regresos.
Y hubo que ponerle un
nombre a la heredad, para responder a los requerimientos del fisco.
Xavier, el retoño
segundo de la familia lo sugirió y fue aceptado. Una airosa planta maderera,
novedad del momento y oriunda de Misiones, que se levantaba en el patio de
Lorenzatti, el vecino de enfrente de nuestro solar en Morteros,
fue la sugerente. De sus ramas emergían grandes hojas y se cubría de
flores en la primavera. La llamaban “El Kiri” y sonaba lindo a los oídos.
Grande fue nuestro
asombro, cuando en una de las tantas noches que pernoctábamos en el campo, y
salíamos al exterior para disfrutar del cielo oscuro tachonado de estrellas,
mirando el firmamento oscuro que envolvente descendía sobre la vivienda recién
levantada, divisamos a lo lejos y hacia el Norte, un fulgor de luces que
mantenía su brillo perenne en la distancia, durante toda
la noche. Entonces, toda luz nocturna en el lugar era escasa y provenía de
faroles o lámparas a keroseno.
Y se nos develó el
misterio. Llegaba el progreso.
Se había instalado a
pocos quilómetros, el campamento de la empresa Saopín, que construiría la ruta
pavimentada que uniría las ciudades santafesinas de San Cristóbal y Tostado: la
Ruta 2 que avanzaría hacia Santiago del Estero.
Desde San Francisco,
Córdoba, hacia el Norte de Santa Fe, no había aún caminos pavimentados que
unieran la Ruta 34 con el Noroeste cordobés.
Sin embargo, esa
presencia que tanto celebramos entonces, terminó ocasionando
dificultades a superar, a los productores del lugar, durante largos años.
Cada lluvia abundante
que llenaba de agua el noroeste cordobés, desbordaban los canales N°3 de
Hersilia y N°4 de Ceres y todo el caudal acuífero se decantaba contra la Ruta 2
que hacía de dique contenedor, por la falta de puentes y alcantarillas para el
paso de las corrientes.
Vanos fueron los
reiterados pedidos de auxilio de los productores a las autoridades de la
Provincia. Hubo quién llegó a sembrar las semillas con un avión.
Tanto fueron
ignorados, que se unieron una noche para dinamitar la ruta.
Y en el ínterin, se
fue despoblando la zona.
La usina lechera que
recogía la producción láctea cerró sus puertas, por que cerraban los tambos por
falta de caminos transitables. El personal de trabajo tambero, se mudó a las
ciudades, a ser parte de las villas de la periferia.
Cuando mentalmente
recorro el lugar que conocí en 1970 cuando accedí a él, me apena comprobar
cómo, una zona productora que tanto prometía, fue abandonada por la desidia de
gobiernos de turno.
La Estancia que había
sido loteada, junto a tantas otras que había en la zona, eran políticamente
cuestionadas por las ideologías, pero que en el pleno ejercicio de sus labores,
movían la producción intensiva ganadera del lugar.
Cuestionaban a la
empresa ahora desmembrada, pero los nuevos y pequeños productores nada pudieron
hacer para defenderse de políticas que abandonaban el lugar. El Norte
santafesino del Departamento San Cristóbal, donde se concentraba el mayor
número de cabezas de ganado por hectárea, quedó a la deriva.
Las inundaciones, los
valores discontinuos de la producción y los malos caminos, se llevaron a la
gente laboriosa y el progreso del lugar.
La Escuelita, que un
Gobernador visionario había declarado Albergue y la proveyó de paneles solares,
también bajó los brazos. Ahora, son más los días que, con o sin razón, faltan
los docentes por malos caminos y se deterioró la educación de los niños que
deben hacer quilómetros para llegar.
¿Qué no supieron o no
quisieron hacer las autoridades que religiosamente reciben los sueldos con
nuestros impuestos?
Ahora, extensiones
del suelo de menor calidad, donde la siembra de granos es inútil, se llenaron
de tacurúes y chañares, donde no entran las máquinas. Y falta la ganadería.
Hoy, los pool de siembra
hacen su agosto en la zona, porque soportar el costo para sostener la economía
se hace oneroso para el pequeño productor rural cuando no reditúa la cosecha,
siempre impredecible.
No hay caminos, la
extensión de la red de luz eléctrica es costosa y de segunda y en la era de la
tecnología, es necesario buscar un inesperado lugar para lograr comunicarse con
el resto del mundo.
¿Así cree el pueblo,
que el hombre de campo es el terrateniente explotador de la clase humilde?
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