LOS PRIMEROS ENCUENTROS
Cada instante de nuestros
encuentros
celebramos, como una presencia
Divina,
solos en todo el mundo.
Entrabas
más audaz y liviana que el ala
de un ave;
por la escalera, como un
delirio,
saltabas de a dos los
escalones, y corrías
a través de las húmedas lilas,
llevándome lejos,
a tus dominios, al otro lado
del espejo.
Cuando llegó la noche, recibí
la gracia,
las puertas del altar se
abrieron,
y brilló en la oscuridad, en
el espacio
la desnudez, y se inclinó
lentamente,
y despertando, pronuncié:
"'¡Benditas seas!",
y enseguida percibí la
insolencia
de esta bendición. Dormías,
y para pintar tus párpados de
aquel azul eterno
las lilas se inclinaron hacia
ti desde la mesa.
Tus párpados azules ahora
estaban
serenos, y tibias tus manos.
En el cristal se percibía el
pulso de los ríos,
el humo de los cerros, el
resplandor del mar,
y una esfera en la palma de la
mano sostenías,
de cristal, y dormías en el
trono,
y ¡oh Dios Santo! eras mía
solamente.
Al despertarte, había
transformado
el común lenguaje cotidiano
y con renovada fuerza se colmó
la garganta
de vocablos sonoros, y la
palabra "tú", tan liviana,
quería decir "rey"
ahora, revelando su nuevo significado.
De pronto, en el mundo todo ha
cambiado,
hasta las cosas simples, como
la jarra, la palangana,
cuando se erguía en medio de
nosotros, cuidándonos,
el agua, dura y laminada.
Fuimos llevados hacia el más
allá,
y se abrían ante nosotros,
como por encanto,
las ciudades milagrosas, y nos
invitaban a pasar,
la menta se extendía bajo
nuestro pies,
las aves seguían nuestro
camino,
los peces remontaban nuevos
ríos,
y el cielo se abrió ante
nuestros ojos...
Mientras seguía nuestra
huellas el destino,
como el loco, armado de una navaja.
SEGUNDO POEMA
se dieron cuenta de que ya no vendrás.
¿Te acuerdas qué tiempo tuvimos?
Fue una fiesta. Yo salí sin abrigo.
Llegaste hoy, y nos han preparado
un día singularmente sombrío,
la lluvia y una particular hora tardía.
Y corren las gotas por las ramas heladas
que ni las palabras podrían frenar,
ni secar siquiera un pañuelo.
TERCER POEMA
No creo en los presentimientos, tampoco me asustan las señales,
no huyo ni del veneno, ni de las calumnias.
La muerte no existe en el mundo, todos son inmortales,
todo es inmortal, no hay que temer a la muerte
ni a los diecisiete años, ni a los setenta.
Existe solamente la realidad y la luz.
No hay en este mundo ni oscuridad, ni muerte.
Estamos todos reunidos en la orilla del mar,
y soy de aquellos que recogen las redes,
cuando viene, en cardumen, la inmortalidad.
Sigan viviendo en la casa, y ella no se destruirá.
Convocaré a cualquiera de los siglos,
entraré en él, y construiré allí mi morada.
Por eso están conmigo sus hijos y sus mujeres comparten mi mesa,
pues, la mesa es una sola para el bisabuelo y para el nieto.
Lo venidero acontece ahora, y si yo levanto la mano,
quedarían cinco rayos de luz para todos ustedes.
Mis clavículas apuntalaron, como vigas, los días del pasado,
medí los años con cadenas de agrimensor, horadé el tiempo,
como si fuese los Urales, y elegí el siglo según mi estatura.
Bajamos al sur y levantamos el polvo de las estepas...
El pasto alto se alborotó, bromeó el grillo, tocó las herraduras,
nos auguró el futuro con sus bigotes,
y me amenazó, como un monje, con la perdición segura.
Até mi destino con las correas a la silla de montar,
aún erguido en los estribos, cabalgo como un muchacho en los tiempos venideros;
me satisface mi inmortalidad, para que mi sangre corra de siglo en siglo..
Por un rincón seguro de dulce tibieza pagaría obstinado con mi vida,
si ella no fuera una aguja voladora, que me tira, como a un hilo, por todo el mundo.
CUARTO POEMA
El hombre tiene un solo cuerpo,
como una celda incomunicada,
el alma ya está harta
de esa envoltura apretada,
con los ojos y los oídos
de tamaño tan escueto,
con la piel -pura cicatriz-
que viste el esqueleto.
A través de la retina vuela
hacia el manantial del cielo,
hacia el eje helado,
hacia la carroza de pájaro,
y oye desde las rejas
de su prisión viviente,
el parloteo de bosques y prados,
la trompeta de los siete mares.
Es un pecado tener el alma sin cuerpo,
es lo mismo que un cuerpo sin camisa,
como si no tuviera ni obra, ni proyecto,
ningún designio, ni una sola línea.
Puros enigmas sin ninguna clave.
Pues, quién volvería hacia atrás
después de haber bailado
donde nadie bailaría jamás.
Y sueño con un alma diferente,
vestida de otra manera,
que arde, recorriendo siempre
el camino entre la timidez y la espera,
como una llamada seca, sin reflejo,
que corre al ras del suelo
y como un recuerdo, nos deja
el ramo de lilas en la mesa.
Corre, niño; no te apiades
de Eurídice desdichada,
echa rodar por el mundo
tu aro de cobre con una vara,
mientras, apenas audible
pero respondiendo a cada paso,
la tierra suena en los oídos
tan alegre y austera.
Traducción de Irina Bogdaschevski.
Gran parte de su vida transcurrió en Moscú, donde murió el 27 de mayo de 1989.
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