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Entré en la sala y, entre las siluetas de mis acompañantes, observé una a una las majestuosas esculturas. Entre ellas, las tres obras alusivas a Molina Campos con los movimientos congelados de sus caballos, de sus crines, saltos, patas y dientes; sus jinetes con gesticulaciones tan pacientemente elaboradas que expresaban lo mismo que las caricaturas de Molina. Imagen de Florencia Lorenzati compuesta por montaje
La metamorfosis
Además, otras tres esculturas mitológicas que, según mi apreciación, me agradaron más porque tengo afinidad con esa temática. Aunque todas estaban fantásticas e impresionantes.
Me resultó llamativa una que se veía solitaria y creo que es la mejor, a pesar de estar desprovista de adornos, llamada EL CENTAURO.
Me acerqué para mirarlo de cerca y toqué cada una de sus costuras muy bien ensambladas. De pronto, por solo un segundo, cuando pasé mi mano por su lomo, sentí algo extraño: al frío del metal lo sentí tibio... No tuve tiempo de reflexionar porque, repentinamente, fui transportada... mejor dicho, fuimos transportados a otro lugar, a un camino muy estrecho. El movimiento del cuasi animal me advirtió del peligro. Comencé a correr a la par de este ser entre altos arbustos y coníferas, sumergidos en una espesa bruma blanca. Cuando los ojos del centauro se veían más vivos, a mi lado, el trote agitado cesó.
Luego, nos escondimos y, con un español muy antiguo, me interrogó y me explicó brevemente el peligro que nos acechaba:
-Es un enorme perro con tres cabezas que nos sigue muy de cerca; lo digo por los aullidos atroces que se oyen -me dijo el centauro.
De pronto, entre la bruma y los arbustos, las grandes cabezas resoplaron y se asomaron. Subí al centauro y corrimos muy velozmente hacia adelante. Casi nos tenía entre sus garras, cuando el centauro viró y le apuntó con su arco. En ese instante, escapamos hacia la realidad de la exposición y se transformó de nuevo en escultura. Por un segundo, su rostro conservó la piel, luego se quedó en su base, muy quieto e inmóvil, totalmente inmutable.
Cuando miré a mi alrededor, me di cuenta de que estaba sola en la sala, volví mi vista y, al tocarlo, ya estaba totalmente frío.
Aunque no me crean y digan que lo imaginé todo, yo sé que hay algo de magia en él. Antes de dejar el recinto, me volví por última vez y creo que vi un centelleo extraño en sus ojos, pero me tenía que ir y me fui con pena por dejarlo.
Si van a la muestra, hagan esta prueba: estén un minuto a solas con él... y, tal vez, los transporte a otro lugar, un lugar para explorar... ¡Pero deben tener cuidado, mucho cuidado!
Texto a partir de la muestra de Fabián Villani
El artista expresa en las grandes esculturas, un arte distinto, detallado y de alto impacto visual. Una muestra espectacular que llega majestuosa a los ojos. El material y textura que ofrece el alambre soldado, cosido y de color oscuro, brinda misterio y calidez acorde.
Silvia Herrera
9 comentarios:
¡Qué centauro y qué bosque, Silvia!
¡Espectacular! Parece sacado de una película.
Besos.
Interesante entrada Silvia,
gracias por compartir.
que tengas un feliz fin de semana.
un abrazo.
Una bonita historia que hoy nos compartes, la mitología es una arca de inspiraciones
Gracias por tu espacio
Con ternura
Sor. Cecilia
Gracias por tu comentario Ricardo
Saludos .
Silvia
Mi querida Cecilia, de vez en cuando podemos lograr tantas cosas con solo imaginarlas. Un beso
Bonita historia, Silvia.
¡Cuánta capacidad e imaginación tienes para relatar!
Un cariño!
Elsa:
Gracias por tus elogios.
Saludos
En mi facebook está comentado por Fabian Villani porque yo se lo compartí.
Quedó sin espacios, Silvia. Menos mal que lo pudiste arreglar. Cariños.
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