¡BIENVENIDOS AL BLOG DEL TALLER LITERARIO DESPERTARES!

Bienvenidos al blog del TALLER LITERARIO DESPERTARES de la Biblioteca Popular "Cultura y Progreso" de Morteros, Córdoba, República Argentina.

Este blog se inicia el 14 de junio de 2011 para publicar los trabajos de los participantes del taller, que funciona en la Biblioteca Popular "Cultura y Progreso".

Ilustración de la cabecera: "El desván de la memoria" de José Manzanares, creador de sueños, artista plástico de Linares, Jaén, España.

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martes, 1 de octubre de 2024

514. EL GRAFÓGRAFO - minicuento de Salvador Elizondo

 

Salvador Elizondo Alcalde (mexicano, 19 de diciembre de 1932-29 de marzo de 2006) 



EL GRAFÓGRAFO 

a Octavio Paz 

Salvador Elizondo

Escribo. Escribo que escribo. Mentalmente me veo escribir que escribo y también puedo verme ver que escribo. Me recuerdo escribiendo ya y también viéndome que escribía. Y me veo recordando que me veo escribir y me recuerdo viéndome recordar que escribía y escribo viéndome escribir que recuerdo haberme visto escribir que me veía escribir que me veía escribir que recordaba haberme visto escribir que escribía y que escribía que escribo que escribía. También puedo imaginarme escribiendo que ya había escrito que me imaginaría escribiendo que había escrito que me imaginaba escribiendo que me veo escribir que escribo.


El grafógrafo es una recopilación de cuentos pertenecientes al escritor mexicano Salvador Elizondo publicada en 1972. El título viene de uno de los cuentos, el cual es una reflexión sobre la escritura misma, pensaba el autor que Lavista, Paulina. «En voz de Salvador Elizondo - Presentación». «es un texto del cual no se puede ir más allá».

Salvador Elizondo fue un autor que perteneció a la vanguardia literaria,1​ y es este libro de cuentos una muestra con lo más pulido de su experimentación artística en la literatura.

513. ALGUNOS MINICUENTOS DE MARCO DENEVI (argentino, 13/05/1920 - 12/12/1998)

 

Marco Denevi (13/05/1922 - 12/12/1998)


Adán y Eva

Recordando lo que él hizo con el amor de Dios, Adán siempre recelará del amor de Eva.


Desastroso fin de los tres Reyes Magos

“Herodes, viéndose burlado por los Magos se irritó
sobremanera y mandó matar a todos los niños de Belén.”

(Mateo, 2, 16).

Camino de regreso a sus tierras, los tres Reyes Magos oyeron a sus espaldas el clamor de la Degollación. Más de una madre corrió tras ellos, los alcanzó y los maldijo. De todos modos la noticia se propagó velozmente. Marcharon entre puños crispados y sordas recriminaciones de hombres y mujeres. En una encrucijada vieron a José y a María que huían a Egipto con el Niño. Cuando llegaron a sus respectivos países los mató el remordimiento.


Don Quijote cuerdo

El único momento en que Sancho Panza no dudó de la cordura de don Quijote fue cuando lo nombraron (a él, a Sancho) gobernador de la ínsula Barataria.


Dulcinea del Toboso

Vivía en El Toboso una moza llamada Aldonza Lorenzo, hija de Lorenzo Corchuelo y de Francisca Nogales. Como hubiese leído novelas de caballería, porque era muy alfabeta, acabó perdiendo la razón. Se hacía llamar Dulcinea del Toboso, mandaba que en su presencia las gentes se arrodillasen y le besaran la mano, se creía joven y hermosa pero tenía treinta años y pozos de viruelas en la cara. Se inventó un galán a quien dio el nombre de don Quijote de la Mancha. Decía que don Quijote había partido hacia lejanos reinos en busca de lances y aventuras, al modo de Amadís de Gaula y de Tirante el Blanco, para hacer méritos antes de casarse con ella. Se pasaba todo el día asomada a la ventana aguardando el regreso de su enamorado. Un hidalgo de los alrededores, un tal Alonso Quijano, que a pesar de las viruelas estaba prendado de Aldonza, ideó hacerse pasar por don Quijote. Vistió una vieja armadura, montó en su rocín y salió a los caminos a repetir las hazañas del imaginario don Quijote. Cuando, confiando en su ardid, fue al Toboso y se presentó delante de Dulcinea, Aldonza Lorenzo había muerto.


El precursor de Cervantes

Vivía en El Toboso una moza llamada Aldonza Lorenzo, hija de Lorenzo Corchelo, sastre, y de su mujer Francisca Nogales. Como hubiese leído numerosísimas novelas de estas de caballería, acabó perdiendo la razón. Se hacía llamar doña Dulcinea del Toboso, mandaba que en su presencia las gentes se arrodillasen, la tratasen de Su Grandeza y le besasen la mano. Se creía joven y hermosa, aunque tenía no menos de treinta años y las señales de la viruela en la cara. También inventó un galán, al que dio el nombre de don Quijote de la Mancha. Decía que don Quijote había partido hacia lejanos reinos en busca de aventuras, lances y peligros, al modo de Amadís de Gaula y Tirante el Blanco. Se pasaba todo el día asomada a la ventana de su casa, esperando la vuelta de su enamorado. Un hidalgüelo de los alrededores, que la amaba, pensó hacerse pasar por don Quijote. Vistió una vieja armadura, montó en un rocín y salió a los caminos a repetir las hazañas del imaginario caballero. Cuando, seguro del éxito de su ardid, volvió al Toboso, Aldonza Lorenzo había muerto de tercianas1.

1. Tercianas: Fiebre intermitente cuyos accesos se repiten cada tres días.

 

La bella durmiente del bosque y el príncipe

La Bella Durmiente cierra los ojos pero no duerme. Está esperando al príncipe. Y cuando lo oye acercarse, simula un sueño todavía más profundo. Nadie se lo ha dicho, pero ella lo sabe. Sabe que ningún príncipe pasa junto a una mujer que tenga los ojos bien abiertos.



Silencio de sirenas

Cuando las Sirenas vieron pasar el barco de Ulises y advirtieron que aquellos hombres se habían tapado las orejas para no oírlas cantar (¡a ellas, las mujeres más hermosas y seductoras!) sonrieron desdeñosamente y se dijeron: ¿Qué clase de hombres son estos que se resisten voluntariamente a las Sirenas? Permanecieron, pues, calladas, y los dejaron ir en medio de un silencio que era el peor de los insultos.


Biografía

Marcos Denevi nació el 13 de mayo de 1920 en Sáenz Peña, una localidad bonaerense que actualmente pertenece al partido de Tres de Febrero, aunque en esa fecha formaba parte del Partido de General San Martín.

Denevi cursó la secundaria en el Colegio Nacional de Buenos Aires y luego estudió Derecho.

Irrumpió en la literatura cuando tenía ya más de 30 años: Rosaura a las diez, gana en 1955 el Premio Kraft y la novela se convierte de inmediato en un gran éxito que, más tarde, sería llevado al cine.

Dos años después incursiona en el teatro con Los expedientes, estrenada en el Teatro Cervantes, y con la que obtuvo el Premio Nacional de Teatro. Aunque escribiría algunas otras obras dramáticas, Denevi dijo haberse dado cuenta de que no tenía otras condiciones para el teatro que las propias del espectador de obras ajenas,2​ y acabó abandonando este género literario.

Cuentista, Denevi obtuvo en 1960 el premio de la revista Life en español por su relato Ceremonia secreta, que fue traducido a varios idiomas, incluyendo el inglés, francés, japonés e italiano, y adaptado cinematográficamente en 1968 en el Reino Unido.

Sobre su estilo se ha escrito que "elementos característicos de las obras de este «ejercitador de las letras» -como alguna vez él mismo se ha definido-, siempre admirablemente bien construidas, son los personajes que bordean lo estrafalario cuando no incurren de lleno en ello, la ambigüedad de la percepción y el conocimiento, el predominio de la intriga y un humor que tiende al negro".3​

Practicó el periodismo político a partir de 1980, que le proporcionó, según confesaría, "las mayores felicidades en su oficio de escritor".2​ En 1990 fue presidente honorario del Consejo de Ciudadanos, entidad que promovió para incentivar la inquietud cívica.

En 1994 recibió el Premio Konex - Diploma al Mérito en la categoría Novela: Quinquenio 1984 - 1988.4​

Fue miembro de la Academia Argentina de Letras a partir de 1997,5​ donde ocupó el sillón N.º 13: «José Hernández».6​

Aunque se presentó él mismo a solo dos premios —los citados Kraft y Life— recibió otros galardones, como el Argentores 1962 por El cuarto de la noche o el de la Comisión de la Manzana de las Luces.


Obra

Novela

Rosaura a las diez (1955, Guillermo 


Ceremonia secreta (1960, Corregidor)

Un pequeño café (1966, Calatayud)

Parque de diversiones (1970, Emecé)

Los asesinos de los días de fiesta (1972, Emecé)

Manuel de Historia (1985, Corregidor)

Enciclopedia secreta de una familia argentina (1986, Sudamericana)

Música de amor perdido (1990, Corregidor)

Nuestra señora de la noche (1997, Corregidor)

Una familia argentina (1998, Sudamericana)

Cuentos

Falsificaciones (1966, EUDEBA, microrrelatos)7​

El emperador de la China y otros cuentos, Librería Huemul, Buenos Aires, 1970

Hierba del cielo (1973, Corregidor)8​

Araminta, o el poder: el laurel y siete extrañas desapariciones (1982, Crea)

Furmila, la hermosa (1986, Ediciones de Arte Gaglianone, cuento infantil)

El jardín de las delicias. Mitos eróticos (1992, Corregidor)

El amor es un pájaro rebelde (1993, Corregidor)

Noche de duelo, casa del muerto (1994, Brami Huemul)

Ceremonias secretas: relatos (1996, Alianza)

Cuentos selectos (1998, Corregidor)

Música de amor perdido y nueve relatos (2010, Marenostrum)

Teatro

Los expedientes (1957, Talía)

El emperador de la China (1959, Catalayud-DEA)

El cuarto de la noche (1962, Catalayud-DEA)

Los perezosos (1970)

El segundo círculo o El infierno de la sexualidad sin amor (1970)

Un globo amarillo (1970)

Fatalidad de los amantes (1974)

Otros

Correspondencia (1972, Imprenta Iglesias, en coautoría con Nana Gutiérrez)

Salón de lectura (1974, Librería Huemul, cuento, poesía y teatro)

Los locos y los cuerdos (1975, Librería Huemul, cuento, poesía y teatro)

Robotobor (1980, Editorial Crea, infantil con ilustraciones de Antonio Berni)

Páginas de Marco Denevi (1983, Celtia)

Obras completas (1985, Corregidor)

La República de Trapalanda (1989, Corregidor, ensayo)

Juan Nielsen, retrato de un maestro (1998, Unilat, biografía)

Un perro (2006, Media vaca, infantil)


Adaptaciones

Mario Soffici llevó a la pantalla grande, en 1958 y con el mismo título, Rosaura a las diez, película en la que destacaron los actores Susana Campos y Juan Verdaguer. Denevi colaboró en el guion del filme Los acusados (1960) dirigido por Antonio Cunill.

El director de cine estadounidense Joseph Losey filmó en 1968 una versión del cuento Ceremonia secreta, al que conservó, en inglés, su título original: Secret Ceremony. El elenco estuvo compuesto por actores muy reconocidos: Elizabeth Taylor, Robert Mitchum y Mia Farrow.9​

En 1976 los productores Oscar Belaich y Germán Klein interesaron al escritor en un ciclo para televisión de género policial. Denevi exhumó entonces a un personaje de Rosaura a las diez, el inspector Baigorri, y ubicó la acción en la década de 1930. Estaba estructurada en bloques y cada episodio duraba una hora y media en cuyo tramo final tenía lugar la solución de un enigma. El comisario Plácido Donato proveía material tomado de crónicas de la Policía Federal Argentina, la dirección estaba a cargo de Martín Clutet y la protagonizaba José Slavin. Tras dieciséis episodios del programa, que se tituló División Homicidios, Denevi se cansó del ritmo impuesto por la producción y fue reemplazado por la escritora María Angélica Bosco y el propio Donato.

La novela Los asesinos de los días de fiesta fue adaptada al cine por el italiano Damiano Damiani con el mismo título, pero en español se le dio el de Ángeles de negro (el internacional fue Killers on Holiday). El estreno mundial fue en España, el 17 de junio de 2002, con la actuación de Carmen Maura.10


 

 

martes, 10 de septiembre de 2024

512- LAS 5 PARTES DE UN POEMA




Por Tomás Muriel Filólogo y profesor de español. 

Doctorando en Estudios Lingüísticos y Literarios.

Un poema es una composición literaria escrita generalmente en verso. Pertenece al género lírico (o poético), por lo que es subjetivo al ser el medio utilizado por el poeta para expresar sus sentimientos, emociones o estado de ánimo.


Los elementos más característicos de un poema son: el título, el verso, la métrica, la rima y la estrofa.


Título

El título es el nombre que el autor le pone al poema. Por ejemplo:


«Amor constante, más allá de la muerte» (Quevedo)

«Claridad lunar» (Miguel Ángel Asturias)


Si el autor no le pone título, al poema se lo conoce por el primer verso, como en el siguiente poema («Hombres necios que acusáis»):

Hombres necios que acusáis

a la mujer sin razón,

sin ver que sois la ocasión

de lo mismo que culpáis [...]


Sor Juana Inés de la Cruz , «Hombres necios que acusáis» (1689)


Verso

El verso es la manera por excelencia de escribir un poema, aunque también hay poemas en prosa (menos frecuentes).

Conocemos por verso a cada una de las líneas de texto que forman un poema. El siguiente poema tiene cuatro versos:


¡No me admiró tu olvido! Aunque de un día

me admiró tu cariño mucho más,

porque lo que hay en mí que vale algo,

eso... ¡ni lo pudiste sospechar!

                       Gustavo Adolfo Bécquer, «Rima XXXV» (1871)


Métrica

Los versos tienen una extensión, que es lo que se conoce como métrica. Esta extensión se mide por su número de sílabas.

En función del número de sílabas, se distingue entre versos «de arte menor» (hasta ocho sílabas) y «de arte mayor» (más de ocho). Los más usados en español son:


De arte menor: tetrasílabos (4 sílabas), pentasílabos (5), hexasílabos (6), heptasílabos (7) y octosílabos (8).

De arte mayor:eneasílabos (9 sílabas), decasílabos (10) endecasílabos (11) y dodecasílabos (12)

Sin embargo, hay fenómenos (sinalefa, hiato, sinéresis o diéresis, entre otros) que modifican el número de sílabas al unirlas o separarlas según las percibimos.

Por ejemplo, el siguiente primer verso de «Tu risa», de Pablo Neruda, tiene siete sílabas: las marcadas en negrita cuentan como una sola (sinalefa): Quí-ta-me el-pan-si-quie-res.


Rima

La rima es la coincidencia de sonidos entre los finales de los versos. Dichos sonidos deben coincidir a partir de la sílaba tónica de la última palabra del verso.


Según la equivalencia de sonidos, la rima puede ser:

Asonante: si solo coinciden las vocales

Consonante: coinciden las vocales y consonantes


Dependiendo de cómo riman los versos entre sí, existen los siguientes tipos:

Abrazada: riman los versos 1-4 y 2-3 (ABBA)

Cruzada o alterna: riman los versos 1-3 y 2-4 (ABAB)

Pareada: riman los versos 1-2 y 3-4 (AABB)

Continua: todos tienen la misma rima (AAAA)

Los versos que no riman se llaman libres o sueltos


Ejemplo de rima asonante y cruzada. En los finales de los versos 1 y 3 solo coinciden las vocales (-frida, -icas), al igual que en los versos 2 y 4 (amor, -ción)

Fontefrida, Fontefrida, (A)

Fontefrida y con amor, (B)

do todas las avecicas (A)

van tomar consolación [...] (B)

          Romance anónimo


Ejemplo de rima consonante y abrazada. Los finales de los versos 1 y 4 coinciden completamente (-entos), al igual que los de los versos 2 y 3 (-eño).

Varia imaginación que, en mil intentos, (A)

A pesar gastas de tu triste dueño (B)

La dulce munición del blando sueño, (B)

Alimentando varios pensamientos [...] (A)


Góngora, «A un sueño» (s. XVII)


Estrofa

Una estrofa es una agrupación de versos. Existen varios tipos según los siguientes factores:

El número de versos que la forman.

Cómo riman los versos entre sí (rima abrazada, cruzada, pareada o continua).

Si los versos son de arte menor (hasta ocho sílabas) o de arte mayor (más de ocho sílabas).

Por ejemplo, si una estrofa de tres versos es de arte mayor, es un terceto. Si es de arte menor, un tercetillo.


Algunas de las estrofas más usadas según su número de versos son: el pareado, el terceto, el cuarteto, el quinteto, el sexteto y el septeto.


Ejemplo de cuarteto (estrofa de cuatro versos de arte mayor):

Cuidadoso estoy siempre ante el Ibis de Ovidio,

enigma humano tan ponzoñoso y suave,

que casi no pretende su condición de ave

cuando se ha conquistado sus terrores de ofidio.


Rubén Darío, «Ibis».

https://www.diccionariodedudas.com/partes-de-un-poema/

511. 5 POEMAS DE DYLAN THOMAS (británico, 1914-1953)

 

                              Dylan Thomas (poeta, cuentista y dramaturgo británico, 1914-1953)


La suya fue una vida llena de excesos que le llevó a una muerte prematura. Muchos de los versos del poeta galés fueron publicados después de la misma. A continuación 5 poemas de Dylan Thomas. 


Donde una vez las aguas de tu rostro

Donde una vez las aguas de tu rostro

giraron impulsadas por mis hélices, sopla tu áspero fantasma,

los muertos alzan la mirada;

donde un día asomaron el pelo los tritones

a través de tu hielo, el viento áspero navega

por la sal, la raíz, las huevas de los peces.


Donde una vez tus verdes nudos hundieron su atadura

en el cordón de la marea, allí camina ahora

el vegetal destejedor,

con tijeras filosas, empuñando el cuchillo

para cortar los canales en su origen

y derribar los frutos empapados.


Invisibles, tus mareas medidoras del tiempo

irrumpen en las camas galantes de las algas;

el alga del amor se vuelve mustia;

allí en torno a tus piedras

sombras de niños van, que desde su vacío

lloran ante el mar colmado de delfines.


Secos como la tumba, tus coloreados párpados

no serán aherrojados mientras la magia se deslice

sabia sobre el cielo y la tierra;

habrá corales en tus lechos,

habrá serpientes en tus mareas,

hasta que mueran todos nuestros juramentos del mar.


En mi oficio o mi arte sombrío

En mi oficio o mi arte sombrío

ejercido en la noche silenciosa

cuando sólo la luna se enfurece

y los amantes yacen en el lecho

con todas sus tristezas en los brazos,

junto a la luz que canta yo trabajo

no por ambición ni por el pan

ni por ostentación ni por el tráfico de encantos

en escenarios de marfil,

sino por ese mínimo salario

de sus más escondidos corazones.


No para el hombre altivo

que se aparta de la luna colérica

escribo yo estas páginas de efímeras espumas,

ni para los muertos encumbrados

entre sus salmos y ruiseñores,

sino para los amantes, para sus brazos

que rodean las penas de los siglos,

que no pagan con salarios ni elogios

y no hacen caso alguno de mi oficio o mi arte.


Mi mundo es pirámide

Mitad del padre camarada

cuando imita al Adán que el mar sorbiera

en su casco vacío,

Mitad de la madre camarada

cuando salpica con su leche lasciva

la zambullida del mañana,

las sombras bifurcadas por el hueso del trueno

saltan hacia la sal que no ha nacido.


La mitad camarada era de hielo

cuando una primavera corrosiva

brotaba en la cosecha del glaciar.

la sombra y la simiente camarada

murmuraban el vaivén de la leche

encrespado en el pecho,

pues la mitad del amor era sembrada en el fantasma

estéril y perdido.


Las mitades dispersas se han vuelto camaradas

en un ente lisiado

la muleta que la médula golpea sobre el sueño

renguea en la calle del mar, entre la turba

de cabezas con lengua de marea y vejigas al fondo

y empala a los durmientes en la tumba salvaje

donde ríe el vampiro.


Las mitades zurcidas se partían huyendo

por el bosque de los cerdos salvajes y la baba en los árboles,

sorbiendo las tinieblas sobre el cianuro se abrazaban

y desataban víboras prendidas en su pelo;

las mitades que giran perforan como cuernos

al ángel arterial.


¿De qué color es la gloria? ¿La pluma de la muerte?

tiemblan esas mitades que taladran el ojo de la aguja en el aire

y a través del dedal horadan el espacio, manchado de pulgares.

El fantasma es un mudo que farfullaba entre la paja,

el fantasma que tramaba el saqueo en su vuelo

enceguece sus ojos rastreadores de nubes.


II

Mi mundo es pirámide. La sigilosa máscara

llora sobre el ocre desierto y el verano

agresivo de sal.

Con mi armadura egipcia fundiéndose en su sábana

araño la resina hasta un hueso estrellado

y un falso sol de sangre.


Mi mundo es un ciprés y un valle de Inglaterra

yo remiendo mi carne que retumbó en los patios

roja por la salva de Austria.

Oigo a través del tambor de los muertos, que mutilados jóvenes

mientras siembran sus vísceras desde un cerro de huesos

gritan Eloi a los cañones.


El cruce del Jordán arrasa mi sepulcro.

El casquete del Ártico y la hoya del sur

invaden mi jardín de casa muerta.

El que me busca lejos señalando en mi boca

las pajas de Asia me pierde cuando doblo

por el maíz atlántico.


Las mitades amigas, partidas mientras giran

en redes de mareas, se enredan a las valvas

y hacen crecer la barba del diablo no nacido,

sangran desde mi horquilla ardiente y huelen mis talones

las lenguas celestiales murmuran mientras yo me deslizo

atando la capucha de mi ángel.


¿Quién sopla la pluma de la muerte? ¿De qué gloria es el color?

en la vena yo soplo esta pluma lanuda

es el lomo la gloria en una laboriosa palidez.

Mi arcilla ignora el pecho y mi sal no ha nacido,

niño secreto, yo vago por el mar

en seco, sobre el muslo a medias derrotado.


Quién eres tú


Quien

eres      tú

tú    que    naces

en  el  cuarto vecino

tan  patente   en  mi cuarto

que   alcanzo   a   oír   el   vientre

cuando se abre y la sombra que avanza

sobre  el   fantasma  y  el   hijo   que  desciende

tras  la  pared  delgada  como  un hueso de  jilguero

en el cuarto  sangrante del  nacimiento  oculto

para  el incendio  y el  girar  del  tiempo

la   huella   del   corazón    humano

no   venera    el    bautismo

sino  la  sola  sombra

cuando bendice

a la salvaje

criatura


Un cambio en los climas del corazón


Un cambio en los climas del corazón

vuelve seco lo húmedo, la bala de oro estalla

sobre la tumba helada.

Un clima en la comarca de las venas

cambia la noche en día; la sangre entre sus soles

ilumina al viviente gusano.


Un cambio en el ojo advierte a tiempo

la ceguera hasta el hueso; y el útero incorpora

una muerte mientras surge la vida.


Una sombra en el clima del ojo

es a medias su luz; el mar sondeado irrumpe

sobre una tierra sin arpones.

La semilla que del lomo hace una selva

divide en dos su fruto; y la mitad se escurre

lenta en un viento dormido.


Un clima en la carne y el hueso

es seca y húmeda; el viviente y el muerto

se mueven como espectros ante el ojo.


Un cambio en el clima del mundo

vuelve espectro al espectro; y cada niño dentro su madre

se repliega en su doble de sombra.

Un cambio echa la luna dentro del sol,

tira de las ajadas cortinas de la piel;

y el corazón entrega a sus muertos.


https://www.zendalibros.com/5-poemas-dylan-thomas/

jueves, 5 de septiembre de 2024

510. FELISBERTO HERNÁNDEZ - varios artículos

 




PIANO de Felisberto Hernández

El gran piano negro de cola, como un viejo animal somnoliento apoyado sobre sus gruesas patas, recibía mansamente las manos que golpeaban la dentadura amarillenta y le llenaban el lomo de barullo. Así desfilamos unos cuantos. Al final pedí tres o cuatro notas en forma de tema para hacer una improvisación. Yo estaba preparado para esto, como una dama para ser sorprendida por el fotógrafo. El tema que me dieran lo ubicaría en formas o estructuras ya muy ensayadas, pues el juego de improvisar lo había practicado mucho tiempo: primero se lo oí a Clemente Colling —un organista francés— y después le había copiado el procedimiento.

(Lo imitaba como un niño de dos años imita a una persona cuando escribe o cuando lee un diario). Al principio nadie parecía darse cuenta de lo que yo me proponía: me decían que no sabían dar temas, o cosas por el estilo; entonces yo les decía que aun sin saber música, apretaran tres teclas distintas, una después de otra, como quien saca bolillas de una bolsa; por fin se decidía alguna que sabía y casi siempre me daba las tres notas de un arpegio común.

Tomado de «Tierras de la memoria», en Tierras de la memoria (1967), incluido en Narraciones incompletas, Madrid: Siruela, 1990, p. 281.





Felisberto Hernández, un escritor distinto 

por Ítalo Calvino

        Uruguayo, nacido en Montevideo. Narrador y pianista. Es quizá el exponente más brillante de la literatura fantástica de su país, y a juicio de los críticos comparte con Borges la primacía de ese género en la literatura rioplatense Las aventuras de un pianista paupérrimo, en quien el sentido de lo cómico transfigura el amargor de una vida amasada con derrotas, son el primer apunte del que parten los cuentos del uruguayo Felisberto Hernández (1902-1964). Basta con que se ponga a narrar las pequeñas miserias de una existencia transcurrida entre orquestinas de café en Montevideo y giras de conciertos por pueblitos provincianos del Río de la Plata para que en las páginas se acumulen gags, alucinaciones y metáforas en los que los objetos cobran vida como personas. Pero éste es sólo el punto de partida. Lo que desata la fantasía de Felisberto Hernández son las inesperadas invitaciones que abren al tímido pianista las puertas de misteriosas casas, de quintas solitarias donde moran personajes ricos y excéntricos, mujeres llenas de secretos y neurosis.

         Un chalet apartado, el infalible piano, un caballero dulcemente maníaco o perverso, una doncella visionaria o sonámbula, una matrona que celebra obsesivamente sus infortunios amorosos; diríase que se han reunido aquí los ingredientes del cuento romántico a lo Hoffman. Y ni siquiera falta la muñeca que parece enteramente una jovencita; aún más, en el cuento Las Hortensias hay todo un surtido de muñecas rivales de las mujeres de verdad que un fabricante tentador construye para alimentar las fantasías de un extraño coleccionista y que desencadenan celos conyugales y turbios dramas. Pero cualquier posible referencia a una imaginación nórdica se disuelve al punto en la atmósfera de esas tardes en las que se sorbe lentamente mate sentado en un patio o se está en el café contemplando cómo un ñandú pasa entre las mesas.

         Felisberto Hernández es un escritor que no se parece a nadie: a ninguno de los europeos y a ninguno de los latinoamericanos, es un “francotirador” que desafía toda clasificación y todo marco, pero se presenta como inconfundible al abrir sus páginas.

El mundo de Felisberto Hernández está habitado por criaturas extrañas: personas, animales o cosas que rompen los principios de la lógica del sujeto. Estas proyecciones —temores y deseos que adquieren una inquietante autonomía—, seducen al lector a través de un narrador que se debate entre la realidad y los sueños.





Cuentos de Felisberto Hernández Resumen y Análisis de la nouvelle  'Las Hortensias' (Primera parte)

https://www.gradesaver.com/cuentos-de-felisberto-hern%C3%A1ndez/study-guide/summary-las-hortensias-primera-parte

Resumen

Un hombre alto llega a su casa al atardecer. Cruza el jardín mientras oye los ruidos de una fábrica contigua hasta entrar en el hall de su casa negra. Allí lo espera su mujer con una sonrisa. El hombre, que se llama Horacio, le da un beso a su mujer y ella, de nombre María, le avisa que ese día los muchachos terminaron las escenas, pero Horacio le pide que no diga más nada.

Horacio se va a descansar a su cuarto con el fin de prepararse para los placeres de la noche. Luego se viste de frac y se reúne con su esposa para cenar. Mientras se sirve un vino de Francia, Horacio piensa en su colección de muñecas, para las que dispuso en un gran salón de la casa tres habitaciones de vidrio. En una de ellas están todas las muñecas, a la espera de ser elegidas para representar escenas en las otras dos vitrinas. Varias personas están a cargo de construir estas escenas: unos están a cargo de escribir las leyendas que explican las situaciones representadas, otros se ocupan de armar la escena, y un pianista ejecuta las piezas de música programadas. Aquella noche se inaugura la segunda exposición.

Ingresa Alex, un criado ruso de barba en punto, y le avisa que Walter, el pianista, ha llegado. Horacio le ordena a Alex que le diga al pianista que empiece a tocar la primera obra del programa y que la repita sin interrupción hasta que él le haga una seña con la luz. Horacio besa a su mujer y luego se dirige a la salita próxima al gran salón. Allí bebe café y fuma, esperando a sentirse aislado para ir a ver a las muñecas. Escucha el ruido de las máquinas de la fábrica y los sonidos del piano y piensa que algunos de los ruidos desean insinuarle algo.

Sin darse cuenta, se levanta y se dirige hacia la primera vitrina. Allí hay una muñeca vestida de novia, acostada en una cama con los ojos abiertos y los brazos extendidos. Horacio imagina si está esperando a un novio que nunca llegará, si es viuda y recuerda el día en que se casó, o si se ha puesto aquel traje con la ilusión de ser novia. Abre un cajón donde está la leyenda, en la que se lee que la novia se ha encerrado minutos antes de casarse con un hombre al que no ama; pensando en el hombre que amó y que ya no existe, la novia se envenena. Horacio siente placer al pensar que él vive y ella, no.

Horacio ingresa en la habitación de vidrio para observar los objetos de cerca. Estando allí, oye el ruido de una puerta que se cierra. Ve el vestido de su mujer atrapado en la puerta de la salita, va a abrirla y un cuerpo se le cae encima. Piensa que es el de María, pero pronto se da cuenta de que es el de Hortensia, la muñeca parecida a su mujer, a la que bautizaron con el segundo nombre de María. Su esposa la puso ahí para darle una sorpresa, algo que suele hacer y que a Horacio le gusta, aunque esta vez disimula que la sorpresa le produjo malestar. Antes de ir a la segunda vitrina, pasa por su escritorio para apuntar en su cuaderno la broma. Allí lee otras sorpresas anteriores, como cuando Horacio fue a abrazar a su mujer al balcón y se encontró con Hortensia, o la vez que halló la muñeca colgada de su ropero vistiendo su frac. Después de hacerle señas a Walter para que cambie a la siguiente pieza del programa, corre la tarima de la segunda vitrina, y le parece que el ruido de las ruedas se asemeja a un trueno lejano. También siente los ruidos de las máquinas con mayor intensidad.

En la segunda escena hay una muñeca sentada en la cabecera de una mesa, con la cabeza levantada y las manos al costado de su plato. Horacio posa su mirada en sus manos y tiene la impresión de que la muñeca mueve la cabeza, pero al mirarla la ve en su posición inicial. Imagina que está encerrada en el presidio de un castillo, busca la leyenda y descubre que es una mujer embarazada que vive en un faro junto al mar, alejada de quienes han criticado sus amores con un marino. Horacio ingresa en la habitación de vidrio y le besa la frente a la muñeca, sintiendo una sensación de frescura agradable. La muñeca empieza a irse para un lado y cae. Horacio sale precipitadamente y le dice a Alex que se acabaron las funciones por ese día, y que al día siguiente les diga a los muchachos que arreglan la escena y acomoden a la muñeca. Al encontrarse con María, piensa que las muñecas que se cayeron y que el ruido de las máquinas y del trueno lejano son presagios de que su esposa morirá.

María no está enferma, pero hace un tiempo que Horacio tiene miedo de quedarse sin ella. Fue entonces cuando se le ocurrió mandar a hacer una muñeca parecida a ella. Horacio tenía una tienda de muñecas que lo hizo enriquecerse. Por las noches, se paseaba en la tienda observando las muñecas, y desde entonces empezó a pensar que las muñecas “estaban llenas de presagios” (p.29). Al principio, Hortensia le causaba antipatía, pero su mujer iba armando relaciones con ella, como una niña entretenida con su muñeca. Un atardecer las encontró juntas leyendo, y Horacio le dijo a su mujer que debía ser un consuelo poder confiar un secreto a una mujer tan silenciosa. Ese comentario hizo enfadar a María. Entonces Horacio llegó a la conclusión de que Hortensia era una de aquellas muñecas que podían transmitir presagios. Al día siguiente, marido y mujer pasearon por el jardín, llevando a Hortensia abrazada. Los vecinos que los observaban se habían hecho la idea de que el matrimonio había dejado morir a una hermana de María para quedarse con su dinero, y creían que la muñeca les hacía recordar su delito.

Desde que Hortensia está en la casa, María está más celosa. Horacio tuvo que abandonar la tienda y dejar de hacer visitas, porque a María le agarraban ataques de celos. Una noche en la que dan una cena, Horacio hace una broma con una de sus invitadas y María se enfada, aunque a la noche se reconcilian. Al día siguiente, Horacio toca a María y la siente fría. Llama a Alex y entra su mujer, que puso a su lado a Hortensia mientras Horacio dormía. Horacio resuelve llamar a Facundo, el fabricante de muñecas, para que busque la manera de que Hortensia tenga calor humano y de que sea más blanda. Facundo le dice que se puede hacer, pero que el calor durará lo que dura el agua caliente en un porrón.

Durante la ausencia de la muñeca, Horacio y María se sienten livianos y alegres cuando salen a pasear juntos. Pero el día en que Facundo se lleva la muñeca, Horacio va a buscar a su mujer y siente un malestar raro al verla sola. Le cuesta admitir “la idea de María sin Hortensia” (p.33) y piensa que, por medio de Hortensia, María ha desarrollado una personalidad original. Después de cenar, Horacio va a observar una de las vitrinas. Allí hay dos muñecas, una morocha y una rubia, disfrazadas de carnaval. Horacio cree que la morocha es Hortensia, pero le quita el antifaz y se da cuenta de que no es ella. Se le ocurre que son dos mujeres que aman al mismo hombre, va a leer la leyenda y descubre que se trata de una historia en la que el novio de la rubia está enamorado de su amiga, la morocha, y la morocha lo ama a él, pero lo disuade de confesarle esto a la rubia. El novio finalmente le revela a la rubia su amor por la morocha, y en aquella escena representada las dos amigas se ven por primera vez sabiendo la verdad. Horacio piensa que esa es la primera vez que adivina una leyenda y, creyendo que es un presagio, se pregunta si está enamorado de Hortensia. Mientras oye el ruido de las máquinas, cree comprender que “las almas sin cuerpo [atrapan] los ruidos que [andan] sueltos por el mundo”, y que “el alma que [habita] el cuerpo de Hortensia se [entiende] con las máquinas” (p.35). Aquella noche llama a Facundo y le pregunta cuándo estará la muñeca; este quiere contarle el procedimiento que está utilizando, pero Horacio lo interrumpe, diciendo que prefiere ignorar los secretos del taller.

Al día siguiente, María lo espera para almorzar junto a Hortensia. Horacio besa la muñeca y piensa que besó a una persona con fiebre. En la cena, se pone a pensar en la transmigración de las almas y en la posibilidad de que esta se produzca entre personas y objetos. Más tarde ve a María con Hortensia y piensa en el vínculo entre una madre y una hija. Horacio le pregunta a María cómo era su madre, y aquella le dice que era muy distinta a ella; era capaz de pasarse horas sentada sin moverse. Esa noche duermen los tres juntos con las piernas entrelazadas.

Horacio y María preparan una fiesta para Hortensia. Horacio quiere presentarla en un triciclo, pero no le dice a María que esto se le ocurre porque vio una película en la que un novio rapta a su novia en este vehículo. El día de la fiesta, las personas allí presentes aplauden y aclaman la presentación de Horacio y Hortensia subidos al triciclo. Los muchachos que arman las escenas le piden a Horacio que les diga qué siente cuando ve las vitrinas, y este les dice que tiene la impresión de robarle el recuerdo a una mujer, como si violara “algo sagrado” (p.40); también siente que le extrae el recuerdo a una persona muerta. Llega María y se lleva a Horacio a la habitación, donde encuentran a Hortensia atravesada por un puñal, largando brotes de agua. María quiere llamar a la policía para que tomen las huellas dactilares del puñal, pero Horacio la disuade y le pide que vaya a atender a los invitados. Cuando se queda solo, Horacio limpia el mango del cuchillo.

Facundo va a buscar la muñeca para arreglarla. Mientras María conversa con Luisa, la amante de Facundo, Horacio le revela a su amigo que él fue quien apuñaló a la muñeca, con el fin de tener una excusa para mandársela de nuevo sin que se sepa el porqué. María quiere saber de qué están hablando Facundo y su esposo, se acerca y llega a escuchar a Horacio decir que sabe de escultores que se han enamorado de sus estatuas, y también llega a oír que los dos dicen la palabra “posible”.

Una tarde María nota que Horacio está raro. Ella cree que él está así porque Hortensia es como la hija de ambos, y se lo dice. Horacio se tortura pensando en el día en que su mujer se entere de que él no tiene por Hortensia el cariño de un padre, sino que quiere hacer de ella su amante. Esa noche, en el salón, ve en una vitrina a una muñeca sentada en el jardín, rodeada de esponjas. La leyenda dice que aquella mujer es una enferma mental, y que se desconoce por qué ama las esponjas. Horacio se fastidia pensando que él les paga a los que escriben las leyendas para que sepan, y luego se le ocurre que las esponjas simbolizan “la necesidad de lavar muchas culpas” (p.45). A la mañana siguiente se despierta con el cuerpo triste, y se levanta sabiendo que los remordimientos volverán por la noche.

María cree que Horacio está triste porque ella no puede tener un hijo de verdad. Traen de vuelta a Hortensia, y María ve que Horacio no se muestra muy cariñoso con ella. Una tarde, María le pone agua caliente a la muñeca y la recuesta al lado de Horacio mientras duerme la siesta. Aquella noche, Horacio mira a María buscando indicios de que su esposa ha descubierto todo.

En la casa hay dos empleadas mellizas; una de ellas se llama María. Hace un tiempo, Horacio se enfadó porque llamó a su mujer y vino la melliza del mismo nombre en su lugar. Entonces María les ordenó a las mellizas que no estuvieran en la planta baja cuando el señor estaba presente. La mañana en la que María descubre todo, sorprende a las mellizas levantándole el camisón a Hortensia en un momento en el que no tienen la orden de ponerle agua caliente ni vestirla. María entra en la habitación, ve la muñeca y luego se va a buscar un cuchillo a la cocina. Vuelve y apuñala múltiples veces a Hortensia, haciendo que salgan varios brotes de agua de su cuerpo. Llorando, arregla unas valijas, le regala algo de ropa a las mellizas y se va.





Análisis

Las Hortensias es un relato sobre un hombre que le tiene miedo a la muerte y que busca conjurar ese medio a través de un objeto: sus muñecas. En esta historia, el tema de los objetos que cobran vida queda representado en la creencia de Horacio, un hombre supersticioso, de que las almas pueden transmigrar a los objetos: “Si hay espíritus que frecuentan las casas vacías, ¿por qué no pueden frecuentar los cuerpos de las muñecas?” (p.35). Las muñecas problematizan la relación entre lo animado y lo inanimado, la vida y la muerte, y también forman parte de otro tema, central a la trama: el tema del doble.

Horacio encarga a Hortensia, una muñeca doble de María, cuando empieza a temer que su esposa muera. Hortensia lleva el segundo nombre de María y fue hecha a imagen y semejanza de ella, mientras comparte con Horacio las primeras letras de su nombre. La duplicación también está en las relaciones que arman estos personajes: Horacio y María son marido y mujer, María y Hortensia tienen un vínculo madre-hija, y Hortensia y Horacio se convertirán en amantes. Además, en la casa hay dos mellizas y una de ellas se llama María. Horacio se enfada cuando esta melliza viene en vez de María, y episodios de confusión similares se repiten varias veces en la nouvelle, especialmente cuando María sorprende a Horacio haciéndole creer que Hortensia es ella, o colocando a Hortensia en lugares inesperados. Horacio disfruta de estas sorpresas, pero empieza a sentir malestar cuando interpreta algunas de estas sorpresas y coincidencias como premoniciones. Esto sucede durante la primera sesión de escenas que presencia el lector, cuando Horacio interpreta las caídas de Hortensia y de una de las muñecas de las vitrinas como un presagio de que María morirá.

En aquella sesión, Horacio también escucha unos ruidos de truenos lejanos y el ruido constante de las máquinas de una fábrica aledaña, y cree que algunos de esos ruidos “deseaban insinuarle algo” (p.22). Aquí, como en otros cuentos de Felisberto, los ruidos representan amenazas externas o lejanas que invaden el ámbito privado, en el que el dueño de casa dispone los momentos de silencio y de sonido, porque él es quien le dice al pianista cuándo debe tocar. En este sentido, a Horacio le gusta observar las escenas de las vitrinas porque allí las muñecas permanecen inmóviles, bajo el control de su ritual nocturno, y le gustan las sorpresas de su esposa en la medida en que forman parte de ese ritual. Pero él no puede controlar el ruido constante de las máquinas, lo que podríamos identificar como motivo de la pérdida de control y como anticipo de su caída en la locura.

Los artistas también están duplicados, porque son varias las personas que están al servicio de Horacio: Facundo, el fabricante de muñecas; los muchachos que arman las escenas; los que componen las leyendas, y Walter, el pianista, que lleva en su nombre (alter ego: otro yo) la idea del doble. Como en “Menos Julia”, los artistas arman un espectáculo para un mecenas que consume sus posesiones como obras de arte. En aquel cuento el espectáculo está hecho para tocar y en Las Hortensias, para observar, aunque en la primera escena ya vemos a Horacio acercarse a tocar las muñecas, y de a poco irá modificando a una de ellas para que emane calor humano y sea más blanda al tacto, hasta transformarla con el fin de poseerla de forma total, en la intimidad del acto sexual.

Hay algo de necrofilia en este deseo de poseer muñecas, porque Horacio las percibe como personas muertas o como objetos donde viven los espíritus de las personas que ya no están. Esto se insinúa en el inicio de la nouvelle, cuando Horacio ve una de las vitrinas en las que se representa a una novia que acaba de fallecer, y el narrador dice que Horacio sintió placer “en darse cuenta de que él vivía y ella no” (p.23); luego, cuando les cuenta a los muchachos lo que siente al observar las escenas, Horacio confiesa que tiene “la ilusión” de extraerle un recuerdo a “un cadáver” (p.40). En esa charla, Horacio dice que, cuando mira una escena, “[le] parece que [descubre] un recuerdo que ha tenido una mujer en un momento importante de su vida” y que se queda con aquel recuerdo con la impresión de “violar algo sagrado” (p.40). En este sentido, aunque el narrador busque escapar a la muerte por medio de sus fantasías fetichistas, lo que sucede en realidad es que estas muñecas terminan por llevarlo hacia la destrucción de la pareja y de sí mismo. Hortensia cambia para siempre el modo en que Horacio ve a María, transformando los recuerdos de su amor: “ahora él no podía admitir la idea de María sin Hortensia […] y él se preguntaba cómo había podido amar a María cuando ella no tenía a Hortensia” (p.33).

Para leer más: https://cvc.cervantes.es/literatura/escritores/fhernandez/criaturas/criaturas_02.htm




509. BIOGRAFÍA de FELISBERTO HERNÁNDEZ (1902-1964)

 




Felisberto Hernández



BIOGRAFÍA de FELISBERTO HERNÁNDEZ (1902-1964)

Felisberto Hernández nació en Montevideo, el 20 de octubre de 1902. Era hijo de Prudencio Hernández González y de Juana Hortensia Silva. Pasó su infancia en la casa que los abuelos paternos de Felisberto poseen en el Cerro. En 1908 tras escuchar a Bernardo de los Campos, un pianista ciego, decidió su vocación musical. Estudió en Escuela Artigas de Enseñanza Primaria. En 1915 conoció a un personaje que resultaría fundamental en su vida: Clemente Colling.

Empezó tempranamente a ganarse el sustento como pianista en varias salas de cine, debido a la mala situación financiera de la familia y también se dedicó a dar clases de piano.

En 1919 un viaje a Maldonado, a casa de su tía abuela Deolinda, le permitió conocer dos personas que serían importantes en su vida: Venus González Olaza, quien será su futuro editor y empresario; y también María Isabel Guerra, una maestra de quien se enamoró y con quien se casaría en 1925.

A partir de 1922 empezó a dar recitales. La compañía de Clemente Colling abarcó toda la cotidianeidad del joven pianista. No obstante, los otros miembros de la familia Hernández, que en un principio aceptaron al maestro como nuevo inquilino de su hogar se hastiaron del personaje poco social.

En 1925 publicó de Fulano de tal, costeada por un amigo del autor, José Rodríguez Riet. Tuvo su primera hija en 1926, pero la vida de giras de conciertos que llevaba le impidieron conocerla hasta los cuatro meses, y en ese mismo año murió Colling.

En 1927 dio su primer concierto en el Teatro Albéniz de Montevideo. En 1932 se unió profesionalmente al rapsoda Yamandú Rodríguez y presentaron un espectáculo en el Teatro París, de Buenos Aires.

Se divorció de su primera esposa y se enamoró de Amalia Nieto con quien se casó en 1937. El 8 de marzo nació su segunda hija, Ana María Hernández Nieto.

En 1939 ofreció un recital en el Teatro del Pueblo de Buenos Aires con notable éxito. A la vuelta a Uruguay fundó una librería, El Burrito Blanco, que fue un fracaso.

En 1942 la editorial González Panizza publicó Por los tiempos de Clemente Colling, por el que recibió un premio del Ministerio de Instrucción Pública, sin embargo su vida familiar se fue deteriorando en parte por la carestía económica que lo obligó a vender incluso el piano, lo cual fue definitivo para el abandono de la carrera musical para dedicarse de lleno a la literaria, impulsada por el premio del Salón Municipal de Montevideo. A partir de este año —y hasta 1956—, desempeñó tareas burocráticas en el departamento de Control de Radio de la Asociación Uruguaya de Autores. En 1946 una beca del gobierno de Francia le permitió viajar a París en octubre de este año. El 17 de diciembre Jules Supervielle lo presentó en el PEN Club de París, siempre leal a Felisberto, Jules Supervielle condujo a su amigo hasta las aulas de la Sorbona, donde éste leyó uno de sus relatos. Susana Soca editó en La Licorne el relato «El balcón»; y «El acomodador». En París conoció a María Luisa Las Heras, este romance se ampliará en Montevideo, donde la revista Escritura acababa de publicar otro de sus cuentos: «Mur». En 1949 contrajo matrimonio en Montevideo con María Luisa Las Heras y en la revista Escritura se publicó Las Hortensias. María Luisa era en realidad un espía soviética, pero se presume que Felisberto nunca se enteró, ya que él era ferviente anticomunistas, y poco tiempo después del matrimonio se divorciaron.

Su nuevo amor fue Reina Reyes, una profesora de pedagogía y escritora con quien inició un romance que duró hasta 1958, ella tuvo un papel decisivo ya que además de apoyarlo y de aceptar los vaivenes de su carácter, logró que lo admitieran como taquígrafo en la Imprenta Nacional y gestionó un permiso en el Ateneo montevideano para que pudiera tener acceso al piano de dicha institución, sin embargo Felisberto aprovechó que Reina fue hospitalizada tras un accidente, para mudar sus pertenencias y poco después se fue a vivir con María Dolores Roselló. Su salud se había ido deteriorando y sufría obesidad. En 1963 se le diagnosticó una leucemia, murió el 13 de enero de 1964. Su cuerpo, muy maltrecho y abotargado por la enfermedad, tuvo que ser evacuado por la ventana y tuvieron que ensanchar la sepultura para poder enterrarlo.

La vida de Felisberto Hernández estuvo llena de vicisitudes y pasiones y contradicciones, y del mismo modo su escritura fundó un nuevo modo, reconocido por escritores de la talla de Julio Cortázar, o Ítalo Calvino, quien escribió sobre Felisberto: "es un escritor que no se parece a nadie: a ninguno de los europeos y a ninguno de los latinoamericanos, es un “francotirador” que desafía toda clasificación y todo marco, pero se presenta como inconfundible al abrir sus páginas."


LA PELOTA [Minicuento - Texto completo.]  de Felisberto Hernández

https://ciudadseva.com/texto/la-pelota/

Cuando yo tenía ocho años pasé una larga temporada con mi abuela en una casita pobre. Una tarde le pedí muchas veces una pelota de varios colores que yo veía a cada momento en el almacén. Al principio mi abuela me dijo que no podía comprármela, y que no la cargoseara; después me amenazó con pegarme; pero al rato y desde la puerta de la casita -pronto para correr- yo le volví a pedir que me comprara la pelota. Pasaron unos instantes y cuando ella se levantó de la máquina donde cosía, yo salí corriendo. Sin embargo ella no me persiguió: empezó a revolver un baúl y a sacar trapos. Cuando me di cuenta de que quería hacer una pelota de trapo, me vino mucho fastidio. Jamás esa pelota sería como la del almacén. Mientras ella la forraba y le daba puntadas, me decía que no podía comprar la otra. Y que no había más remedio que conformarse con esta. Lo malo era que ella me decía que la de trapo sería más linda; era eso lo que me hacía rabiar. Cuando la estaba terminando, vi cómo ella la redondeaba, tuve un instante de sorpresa y sin querer hice una sonrisa; pero enseguida me volví a encaprichar. Al tirarla contra el patio el trapo blanco del forro se ensució de tierra; yo la sacudía y la pelota perdía la forma: me daba angustia de verla tan fea; aquello no era una pelota; yo tenía la ilusión de la otra y empecé a rabiar de nuevo. Después de haberle dado las más furiosas “patadas” me encontré con que la pelota hacía movimientos por su cuenta: tomaba direcciones e iba a lugares que no eran los que yo imaginaba; tenía un poco de voluntad propia y parecía un animalito; le venían caprichos que me hacían pensar que ella tampoco tendría ganas de que yo jugara con ella. A veces se achataba y corría con una dificultad ridícula; de pronto parecía que iba a parar, pero después resolvía dar dos o tres vueltas más. En una de las veces que le pegué con todas mis fuerzas, no tomó dirección ninguna y quedó dando vueltas a una velocidad vertiginosa. Quise que eso se repitiera pero no lo conseguí. Cuando me cansé, se me ocurrió que aquel era un juego muy bobo; casi todo el trabajo lo tenía que hacer yo; pegarle a la pelota era lindo; pero después uno se cansaba de ir a buscarla a cada momento. Entonces la abandoné en la mitad del patio. Después volví a pensar en la del almacén y a pedirle a mi abuela que me la comprara. Ella volvió a negármela pero me mandó a comprar dulce de membrillo. (Cuando era día de fiesta o estábamos tristes comíamos dulce de membrillo.) En el momento de cruzar el patio para ir al almacén, vi la pelota tan tranquila que me tentó y quise pegarle una “patada” bien en el medio y bien fuerte; para conseguirlo tuve que ensayarlo varias veces. Como yo iba al almacén, mi abuela me la quitó y me dijo que me la daría cuando volviera. En almacén no quise mirar la otra, aunque sentía que ella me miraba a mí con sus colores fuertes. Después que nos comimos el dulce yo empecé de nuevo a desear la pelota que mi abuela me había quitado; pero cuando me la dio y jugué de nuevo me aburrí muy pronto. Entonces decidí ponerla en el portón y cuando pasara uno por la calle tirarle un pelotazo. Esperé sentado encima de ella. No pasó nadie. Al rato me paré para seguir jugando y al mirarla la encontré más ridícula que nunca; había quedado chata como una torta. Al principio me hizo gracia y me la ponía en la cabeza, la tiraba al suelo para sentir el ruido sordo que hacía al caer contra el piso de tierra y por último la hacía correr de costado como si fuera una rueda.


Cuando me volvió el cansancio y la angustia le fui a decir a mi abuela que aquello no era una pelota, que era una torta y que si ella no me compraba la del almacén yo me moriría de tristeza. Ella se empezó a reír y a hacer saltar su gran barriga. Entonces yo puse mi cabeza en su abdomen y sin sacarla de allí me senté en una silla que mi abuela me arrimó. La barriga era como una gran pelota caliente que subía y bajaba con la respiración y después yo me fui quedando dormido.

1945

BIBLIOGRAFÍA

Fulano de Tal (1925)

Libro sin tapas (1929)

La cara de Ana (1930)

La envenenada (1931)

Por los tiempos de Clemente Colling (1942)

El caballo perdido (1943)

Nadie encendía las lámparas (1947)

Las hortensias (aparecida por primera vez en la revista uruguaya Escritura en 1949, publicada en 1950 por Editorial Lumen.)

Explicación falsa de mis cuentos ("manifiesto estético", aparecido en la revista La Licorne en 1955.)

La casa inundada (1960)

El cocodrilo (1962)

Tierras de la memoria (inconclusa, 1964)

ENLACES

https://www.escritores.org/biografias/172-felisberto-hernandez

http://www.felisberto.org.uy/

http://cvc.cervantes.es/actcult/fhernandez/default.htm

http://www.literatura.us/hernandez/index.html

http://www.elortiba.org/feliher.html

http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/hndz/fh.htm

http://www.temakel.com/cuentofhernandez.htm

http://www.ucm.es/info/especulo/numero22/felisber.html

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miércoles, 4 de septiembre de 2024

508. FELISBERTO HERNÁNDEZ - BIOGRAFÍA LITERARIA

 

  Felisberto Hernández (uruguayo, 1902-1964)

Biografía literaria 

Felisberto Hernández «fue uno de los más importantes escritores de su país», escribe Juan Carlos Onetti en un artículo que, leído en su fecha, resultó muy revelador. Cosa curiosa, al elogio se añadía una constatación, esta vez relativa al general desconocimiento que del escritor uruguayo mostraban los lectores españoles del momento. Subrayando esta omisión, Onetti exponía una insólita certeza —aún más intranquilizadora—, y es que la ausencia de Hernández en el imaginario libresco de los españoles «no debe preocupar, cuanto la ignorancia de su obra es también comprobable en el Uruguay. Hace poco tiempo la editorial montevideana Arca inició la publicación de sus escritos completos. Tal vez esto mejore las cosas, aunque Felisberto nunca fue ni será un escritor de mayorías. Desgraciadamente murió demasiado temprano para integrar ese fenómeno llamado boom y que todavía no logro explicarme de manera convincente».1

Afanados en colmar ese vacío y con la esperanza de corregirlo, los admiradores de Felisberto infunden sospechas al lector reticente, y van tentando su gusto con todos esos recursos que son tan propios de la seducción literaria. De igual forma, las etiquetas de lo imprevisible, del capricho y del fantástico rioplatense aún reciben el saludo de sus editores, quienes las conceptúan como eficaces titulares de contraportada, capaces de publicitar con poderío la obra completa del uruguayo, muy menuda en extensión pero acreedora de una espiral de creciente entusiasmo. Desde un margen paralelo, estudiosos y eruditos, menos empañados por el velo de lo novedoso, han ido acumulando desde hace décadas una bibliografía que sanciona definitivamente el genio de nuestro escritor.

Como es obvio, la identidad de un literato se caracteriza por la fluidez de sus rasgos, modificados por cada lector cuando éste participa en esa comunión que es la lectura. Al igual que sucede entre familiares consanguíneos, también entre los escritores hay herencias, deudas y semejanzas. Todo ello produce muy curiosas organizaciones en las bibliotecas, quizá porque sus propietarios gustan de reconocer ese aire de familia, para luego identificarlo con su personalidad y, de ese modo, hilvanar una trama de preferencias que acaba identificando su propio carácter. Pues bien, pese a la improbable verificación científica de lo antedicho, cabe repasar el viejo álbum para confirmar paralelismos y gestos comunes.


Para nuestra fortuna, no lejos de ese tanteo se encuentra Julio Cortázar, quien interpela a Felisberto para señalar la rica relación que el argentino adivina entre éste y otros hombres de letras. «Y hablando de faltas —le dice Cortázar—, si por un lado me duele que no nos hayamos conocido, más me duele que no encontraras nunca a Macedonio [Fernández] y a José Lezama Lima, porque los dos hubieran respondido a ese signo paralelo que nos une por encima de cualquier cosa. Macedonio capaz de aprehender tu búsqueda de un yo que nunca aceptaste asimilar a tu pensamiento o a tu cuerpo, que buscaste desesperadamente y que el Diario de un sinvergüenza acorrala y hostiga, y Lezama Lima entrando en la materia de la realidad con esas jabalinas de poesía que descosifican las cosas para hacerlas acceder a un terreno donde lo mental y lo sensual cesan de ser siniestros mediadores».2

Sumándose a la multiplicidad de miradas, otro escritor afín, Ítalo Calvino, estudia los planos imbricados en esa realidad que construye Felisberto. En esta ocasión, el lector Calvino destaca las asociaciones de ideas como juego predilecto de los personajes de Hernández, y también las apunta como pasión descollante en el músico y escritor. En todo caso, tales asociaciones justifican una perspectiva cadenciosa, y el narrador italiano no duda en catalogarlas como procedimiento útil para enlazar los motivos del relato. Adaptando todo ello al fraseo musical, habla Calvino de zarabandas* mentales, cuya partitura respondería a las convenciones del narrador uruguayo. Convenciones que, por cierto, son descritas del siguiente modo en palabras del analista:

*zarabando, da De or. inc. 1. adj. desus. zarabandista. 2. f. Danza lenta, solemne, de ritmo ternario, que, desde mediados del siglo XVII, forma parte de las sonatas. 3. f. Cosa que causa ruido estrepitoso, bulla o molestia repetida. 4. f. Lío, embrollo.

Sin.:  follón2, embrollo, lío, jaleo, bullicio, barullo. 5. f. Danza popular española de los siglos XVI y XVII, que fue frecuentemente censurada por los moralistas. 6. f. Copla que se cantaba con la zarabanda (‖ danza popular española). 7. f. Guat. y Hond. Baile o jolgorio popular. 8. f. Méx. Zurra, tunda, paliza.

Sin.:  paliza, golpiza, azotada, pamba, pambaceada, pambiza, tranquiza, zacateada. 

Sinónimos o afines de zarabando, da follón2, embrollo, lío, jaleo, bullicio, barullo. paliza, golpiza, azotada, pamba, pambaceada, pambiza, tranquiza, zacateada.

Los puntos de referencia en su larga búsqueda de medios de expresión debieron ser un surrealismo muy suyo, un proustianismo, un psicoanálisis muy suyo. (Y además, como todo hombre de letras del Río de la Plata, también Felisberto había tenido una corta permanencia en París). Esa forma que tiene de darle cabida a una representación dentro de la representación, de establecer dentro del relato extraños juegos cuyas reglas establece en cada oportunidad, es la solución que ha encontrado para darle una estructura narrativa clásica al automatismo casi onírico de su imaginación. 3

Se sostiene con frecuencia que al universo hernandiano lo cruzan dimensiones de percepción inesperada. Esto también significa que, al constituir el linaje de sus criaturas, el escritor idea una fascinante ontología de los seres y de los objetos, tan singular que incluso cabe proponer la extrañeza y la memoria, el equívoco y la paradoja como aristas de su dominio cognitivo. De alguna manera, la sugestión literaria de ese conjunto, bien atractiva, revela ciertos desenfoques cuando llega el primer plano. Pongamos un ejemplo para marcar distancias: al decir de Milton Fornaro, «la totalidad de los escritos de Felisberto Hernández caben con comodidad en setecientas páginas. El escritor jamás posó de tal. Su espectro idiomático es estrecho y se despreocupa de las reglas del bien escribir». En rigor, esta noción de su prosa tiene que ver con su autodidactismo. Con todo, dicho en palabras de Fornaro, «si cada una de estas fallas inhabilitan para la introducción de un escritor y su obra en el mercado abastecido por la industria cultural […], la reunión de todas ellas en una misma persona-obra puede resultar fatal. Si a esto se agrega la excepcionalidad de una obra que se aleja de los trillados caminos por los cuales marcha toda una literatura, ya el caso no tiene salvación aparente».4

En cualquier caso, no ha de entenderse que un autor tan desconcertante y excepcional haya sido unánimemente elogiado. El último pasaje del artículo de Fornaro incluye una elocuente cita de Emir Rodríguez Monegal, donde éste no considera que, en cuanto a eminencia, haya que clasificar a Felisberto juntamente con los grandes literatos. Frente a los panegiristas, Rodríguez Monegal vuelve al punto de vista más crítico:

Para ser el gran autor que sus amigos proclaman le falta a Hernández estatura y profundidad. Sus hallazgos son de detalle. Cada cuento se basa en una intuición que daría para un aforismo, para el resumen de un apunte, de esos que los poetas hacen en altas horas de la mañana. De allí no pasa Hernández. […]. Hallazgos sueltos no hacen un narrador, intuiciones aisladas no hacen un mundo.5

Ilustración, dibujo de un hombre con la cabeza hacia atrásDetalle. Ilustración de Julián Gutiérrez Vallejo.

Por lo regular, se da por sentado que los escritos del autor uruguayo pueden ordenarse de acuerdo a su cronología personal. Sin lugar a dudas, los hechos de su biografía forman parte de ese mundo ficticio, si bien tamizado por la dialéctica de los afectos que suele imponer la memoria. Aludiendo a esta identidad en juego, dice Enriqueta Morillas que «en ese estar mal situado opera uno de sus recursos más llamativos: Felisberto imbrica selectivamente hilos de su propia biografía en sus relatos. Es el pianista itinerante, o el escritor que lee su creación a un auditorio, o bien quien recibe una narración que luego habrá de contar el protagonista reconocible de sus historias».6 Por todo ello, es muy comprensible que la obra de Hernández, justamente por indagar en los mecanismos del recuerdo, adquiera su pleno sentido cuando se reinterpreta a la luz de ciertos datos de su vida. Y aunque con ello no se discute la soberanía de sus creaciones, puede que interrogar esos impulsos resuelva algunos problemas en nuestro análisis.

Como primera referencia sentimental, vaya el caso de sus padres, Prudencio Hernández, constructor de raigambre española, y Juana Hortensia Silva, conocida por el sobrenombre de Calita. Curiosamente, los afectos que se urden en torno suyo describen un tercer ángulo gracias a la tía de Juana, doña Deolinda Arecha de Martínez, quien será un temible foco de autoridad para Felisberto. De hecho, esta mujer aparece dibujada con un perfil dickensiano desde el nacimiento del músico y escritor, fechado en Montevideo, el 20 de octubre de 1902.

Al repasarlos en este contexto, los primeros episodios de su biografía se resienten de un difícil proceso de socialización, explicado en las anécdotas que protagoniza a partir de 1907, cuando el colegial Felisberto se identifica, no sin esfuerzo, con la norma infantil montevideana. A todo esto, los propósitos que alimentan su melomanía son fácilmente explicables. Ya en 1908 conoce a Bernardo de los Campos, un pianista ciego de Las Piedras cuya inspiración se añade a otro sonido evocador: el de la mandolina que toca con placer don Prudencio Hernández. Dos años después, afirmar esa vocación será la finalidad de la profesora francesa Celina Moulié, cuyo esbozo literario admiramos en El caballo perdido. Tan fértil enseñanza, complementada por el profesor Dentone, logra que el pequeño ejecute en público varias piezas al piano con tan sólo diez años de edad.

No es exagerado afirmar que otra vocación de Felisberto, la literaria, es también cosa de este periodo. Al decir de los biógrafos, para ello es fundamental su presencia como alumno en la Escuela Artigas de Enseñanza Primaria, el centro donde conoce al profesor José Pedro Bellán. Y es que, muy probablemente, sea este personaje quien le infunde respeto por el oficio literario. Por lo demás, una lealtad como ésta sólo permite conjeturas y definiciones preliminares. Con todo, también es legítimo hablar del anecdotario que el futuro narrador recopila por estas fechas, ignorando que más adelante compondrá la materia de sus escritos. Quizá el capítulo más celebrado en ese proceso sea su ingreso en una asociación juvenil de boy-scouts, las Vanguardias de la Patria, junto a quienes recorre su tierra natal y también los países vecinos. Tiempo después, al rememorar creativamente estas excursiones, Felisberto idea las páginas más felices de su Tierras de la memoria. Para no demorarnos en la explicación, viene al caso recordar que, al fin y al cabo, toda literatura es autobiográfica.

En el año 1915 hallamos una circunstancia primordial en la biografía del escritor: entra por vez primera en su círculo Clemente Colling, organista de la Iglesia de los Vascos en Montevideo, y en lo literario, personaje central de En los tiempos de Clemente Colling. Gracias a él, Felisberto Hernández mejora sus conocimientos de composición y armonía, puestos en práctica en los oficios a que le empuja la necesidad; primero como pianista en salas cinematográficas, y luego en el improvisado conservatorio que organiza en su domicilio. Tampoco aquí faltan memorables episodios. De hecho, esta última actividad le sirve como medio de indagación romántica, pues durante una clase de piano viene a verle su novia, María Isabel Guerra, con quien se casará en 1925.

Desde 1920, las lecciones de piano de Clemente Colling suministran al alumno destreza y criterio estético. Al margen de sus virtudes musicales, no es dudoso que para Felisberto fuera Colling más estimulante que cualquier otra amistad. Rico en detalles, el personaje ha sido comentado así por Raúl Blengio Brito: «Clemente Colling era un personaje singular, ciego, bohemio, y sobre todo músico, que había dado algún concierto en el Instituto Verdi y que se desempeñaba como organista en la Iglesia de los Vascos. Vivía en una pieza de lo que era en realidad un viejo conventillo de la calle Gaboto, cerca del río. Casi sin dinero, escribía en braille algunas notas para revistas y periódicos franceses y daba clases a los que toleraban su afición por la bebida y su falta de higiene personal». Asimismo, observa Blengio que «la relación de Hernández con Colling es mucho más que una relación docente».7

En 1922 Felisberto Hernández se entrega a una gira de recitales pianísticos. Por la misma época, el joven concertista conoce el entorno de Carlos Vaz Ferreira, un filósofo que será decisivo en la evolución intelectual del joven creador. Cierto es que ni los recitales ni el pensamiento le procuran suficiente renombre, pero se identifica sin esfuerzo con esa doble inclinación. En palabras de Washington Lockhart, de esas experiencias musicales que vive entre 1925 y 1942 «proviene su tendencia creativa de correlacionar intuiciones con aspectos y comportamientos mundanos en apariencia independientes […]. Esa dúplice experiencia musical y vital predeterminó su necesidad de escribir».8 Una necesidad de escribir que plasma, por vez primera, en 1925, cuando publica su libro Fulano de tal, en una edición costeada por su amigo José Rodríguez Riet.

En otro orden, su ciclo memorialista es inseparable de las circunstancias que lo ciñeron durante aquellos años en que actuó como músico de la legua. Inútil agregar el anecdotario en sus mínimos accidentes. Sirva como ejemplo el relato Mi primer concierto, donde comenta su debut en el café–concierto de Mercedes, en 1926. Ajustándose a las cualidades del lance, en su recreación se perciben, a partes iguales, la vigilia y el patetismo. «El día de mi primer concierto —escribe— tuve sufrimientos extraños y algún conocimiento imprevisto de mí mismo. Me había levantado a las seis de la mañana. Esto era contrario a mi costumbre, ya que de noche no sólo tocaba en un café sino que tardaba en dormirme. Y algunas noches al llegar a mi pieza y encontrarme con un pequeño piano negro que parecía un sarcófago, no podía acostarme y entonces salía a caminar. Así me había ocurrido la noche antes del concierto. Sin embargo, al otro día me encerré desde muy temprano en un teatro vacío. Era más bien pequeño y la baranda de la tertulia estaba hecha de columnas de latón pintadas de blanco. Allí sería el concierto».9

Fotografía en blanco y negro de Felisberto Hernández tocando el pianoFelisberto Hernández.

Lo anterior da una idea del zigzagueo de aquellos años. Cuando en 1926 nace su primera hija, Mabel Hernández Guerra, Felisberto tiene tantas ocupaciones que no podrá conocerla hasta cuatro meses después. Ese trajín, sumado a otras claves de orden íntimo, explica su paulatino distanciamiento de María Isabel Guerra.

Con alguna razón, acaso por la intrincada personalidad de Felisberto, esa crisis matrimonial fija una falsilla que irá repitiéndose en las sucesivas parejas que ensaye a lo largo de su vida. En último término, las glorias de este tiempo también son escasas. En 1927 estrena en el montevideano Teatro Albéniz tres de sus partituras, Festín chino, Bordones y Negros; y un año después dirige el ballet infantil Blancanieve, de José Pedro Bellán.

Cuando en 1929 Carlos Rocha le ayuda a publicar el Libro sin tapas, un fiel grupo de amigos propicia la entrada de Felisberto al mundo literario. En esta línea de adhesiones, es muy sabido que Vaz Ferreira escribió sobre el título citado las siguientes palabras: «Tal vez no haya en el mundo diez personas a las que les resulte interesante y yo me considero una de las diez».10 Dos días después de publicarse estas líneas, el círculo próximo a Hernández le dedica un homenaje en el bar Neptuno. Allá se reúnen, entre otros, José Pedro Bellán, Leandro Castellanos Balparda, Manuel de Castro y el matrimonio formado por Esther y Alfredo Cáceres.

La maltrecha economía del pianista sugiere que la benevolencia de sus amigos, aunque continuada, no pudo conjurar la muy desigual fortuna. Asociado a Yamandú Rodríguez y, más adelante, a Venus González Olaza, sigue empeñado en giras musicales de amplio repertorio. Y aunque en 1930 publica su tercer libro, La cara de Ana, y en 1931 sale de imprenta el cuarto, La envenenada, lo cierto es que aún no dispone de muchos admiradores en esta vertiente de su creatividad. El propio Washington Lockhart argumenta esa desatención: «En 1934 compartí con él, radicados ambos en Mercedes, muchos ratos y comidas en el Petit Hotel, antes de Doña Cipriana. No se me ocurrió entonces leer cosas suyas ni por el forro. Sumergido con mis veinte años en la lectura de Dostoievski, ¿cómo hubiera podido concebir que aquel humorista dicharachero pudiera ser un escritor?».11

Casado desde 1937 con Amalia Nieto, logra mejorar su fortuna como pianista. Los críticos aprecian su talento y parece que se le abren nuevos caminos, aunque el diálogo con la fatalidad reaparece a cada momento. Incluso se ve forzado a fundar una librería en cuya gestión también fracasa, desazonándose hasta el extremo de abandonar la música y poner fin a su matrimonio. Contrastan esas ansiedades con una cierta felicidad en lo literario. En 1942, gracias al apoyo financiero de varios amigos del escritor, entre ellos Alfredo Cáceres, González Olaza y Luis Gil Salguero, llega hasta los lectores Por los tiempos de Clemente Colling. El premio del Ministerio de Instrucción Pública y los elogios de autores como Ramón Gómez de la Serna y Jules Supervielle demuestran el valor de la obra.

En torno a esta fecha, Felisberto se vincula al Centro de Estudios Psicológicos que dirige el profesor Waclaw Radecki, a la par que cultiva con afán la amistad con Supervielle. Destaca José Pedro Díaz que este vínculo comienza cuando Hernández «se halla en medio de esa segunda época, la de los relatos autobiográficos, y según creemos esa amistad tuvo una importancia decisiva sobre su obra en la medida en que todo parece indicar que fue él quien determinó la nueva orientación que ésta tomó a partir de entonces». Más adelante, Díaz corrobora que Felisberto dispuso a lo largo de su vida de una serie de maestros, al estilo de Supervielle, a quienes quiso y admiró. «El escritor José Pedro Bellán, el pintor Joaquín Torres García, el Dr. (médico psiquiatra) Alfredo Cáceres, el Dr. Carlos Vaz Ferreira, y por último el poeta Jules Supervielle, fueron sin duda los más importantes».12

El nuevo libro que entrega a la imprenta, El caballo perdido (1943), es premiado por el Ministerio de Instrucción Pública. Por otro lado, su vida sentimental cobra nuevos bríos gracias a la escritora Paulina Medeiros, a quien permanecerá unido durante cinco años. Ese mismo año, en Mercedes, le rinden un homenaje durante el que comenta su obra el profesor Humberto Peduzzi Escuder. Oportunamente, el agasajo coincide con su entrada en el departamento de Control de Radio de la Asociación Uruguaya de Autores. Su misión: anotar la hora precisa en que se emiten los tangos para controlar el pago de los derechos de autor.

Con el apoyo de Jules Supervielle, Felisberto obtiene en 1946 una beca del Gobierno francés. Llega a París en octubre de ese año y experimenta con asombro el afecto continuado de Supervielle y de Susana Soca, quien edita en dicha capital la revista La Licorne. Sin contar otros rincones, el PEN Club y la Sorbona disponen los dos escenarios principales de ese viaje tan venturoso para el escritor.

Tan afortunada es la fecha, que incluso redescubre el amor junto a una española exiliada en París, María Luisa Las Heras, con quien se casa en 1949. Por desgracia, este matrimonio tampoco escapa a una crisis muy temprana.

Se advierte que la promoción europea le beneficia grandemente. Conoce a Roger Caillois, le homenajean en diversos auditorios y sus relatos alcanzan una razonable distribución. Ya en la recta editorial, obtiene una nueva satisfacción cuando la revista Escritura edita «Las Hortensias» (1949), con dibujos de Olimpia Torres. El Felisberto que se aplica a esta invención es el que se atiene a una categoría, la de lo fantástico, que si bien es discutible —en realidad, toda literatura es fantástica—, nos sirve aquí para identificar temas y modelos. De hecho, no es desacertado creer en este rótulo como uno de los que mejor publicitan la obra del uruguayo.

Desde 1954 es Reina Reyes, una profesora de pedagogía y escritora, quien concentra la ternura de Felisberto. Reina va a ser su amiga, su mejor promotora —le ayuda a obtener una plaza como taquígrafo en la Imprenta Nacional— y también es una confidente solidaria y gentil. En cada página de su correspondencia advertimos cómo queda constituido ese afecto; una suerte de fluidez entre ambas personalidades que se manifiesta en párrafos tan curiosos como éste que transcribimos a continuación: «Reina, querida niña mía: Es necesario que conozcas una historia que descubrí esta mañana. Se refiere al Premio Nobel. Ha surgido la idea —de un tal Hans Pfeiffer— que en vez de premiar a un creador con dinero, se busque la manera de proporcionarle una felicidad más auténtica, más relativa a él mismo, y que no perjudique la obra que aún puede realizar. Se ha comprobado que el dinero y la fama que resulta del premio trastorna la vida y la obra de quien no está acostumbrado a tenerlos. Entonces, la idea nueva consiste en no declarar a quién pertenece el premio hasta después de su muerte; y con el dinero destinado al premio se crea un grupo de personas —psicólogos en su mayoría— que estudie y favorezca al creador y a su obra en el tiempo que le quede de vida. En síntesis: nada de fama, de dinero, ni de ir a cobrarlo a Suecia. El grupo de personas encargado de beneficiar al premiado se trasporta al país de éste y busca la manera de proporcionarle una relativa felicidad que no inhiba su producción».13 Según queda dicho, el tratamiento que Felisberto propone con su anécdota es muy semejante al recibido por él mismo, si bien en su caso el comité de expertos pudiera ser, en realidad, ese grupo de fieles que nunca deja de alentarlo con sus afectos. Así, en 1955 La Licorne publica el que será su principal y único documento estético, «Explicación falsa de mis cuentos», y en 1960 Ángel Rama incluye La casa inundada en la colección Letras de Hoy, de la editorial Alfa.

Los primeros síntomas de la leucemia que acabó con su vida coinciden con la segunda publicación de El caballo perdido, impresa en diciembre de 1963 por la Editorial Río de la Plata. Esa ambivalencia sentimental, donde se oponen el dolor propio de la enfermedad y cierta satisfacción por el reconocimiento de sus contemporáneos, van a acompañar al escritor hasta su muerte, el 13 de enero de 1964.

En ausencia de un genuino testamento literario, cabe hallar un documento en el que Hernández calcula el balance de sus aportaciones. Ese juicio, idóneo para completar nuestro esbozo, figura en una página que permaneció inédita hasta su inclusión en el tomo I de las Obras completas del escritor, publicadas por Arca en 1983. Como si fuera un examen sucesivo de sus inclinaciones, en dicha página, reproducida por Walter Rela en su Cronología anotada, podemos leer lo siguiente:

Mi primer cartel lo tuve en música. Pero los juicios que más me enorgullecen los he tenido por lo que he escrito. No sé si lo que he escrito es la actitud de un filósofo valiéndose de medios artísticos para dar su conocimiento, o es la de un artista que toma para su arte temas filosóficos. Creo que mi especialidad está en escribir lo que no sé, pues no creo que solamente se deba escribir lo que se sabe. Y desconfío de los que en estas cuestiones pretenden saber mucho, claro y seguro. Lo que aprendí es desordenado con respecto a épocas, autores, doctrinas y demás formas ordenadas del conocimiento. Aunque para mí tengo cierto orden con respecto a mi marcha en problemas y asuntos. Pero me seduce cierto desorden que encuentro en la realidad y en los aspectos de su misterio. Y aquí se encuentran mi filosofía y mi arte.14

https://cvc.cervantes.es/literatura/escritores/fhernandez/biografia.htm

(1) «Felisberto, el naïf», Cuadernos Hispanoamericanos, 302 (agosto de 1975), p. 257.  volver

(2) «Carta en mano propia», Felisberto Hernández: Novelas y cuentos, Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1985, p. XIII.  volver

(3) En «Las zarabandas mentales de Felisberto Hernández», Felisberto Hernández: Novelas y cuentos, Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1985, p. 4.  volver

(4) En «Más las nueces que el ruido», Estaciones, 2 (1980-1981), p. 13.  volver

(5) «Nadie encendía las lámparas», Clinamen, año II, 5 (mayo-junio 1948).  volver

(6) Introducción a Nadie encendía las lámparas, Madrid: Cátedra, 1993, p. 24. volver

(7) F. H.: el hombre y el narrador, Montevideo: Casa del Estudiante, 1981, pp. 5-6; citado en Walter Rela, «Cronología anotada», Narraciones Fundamentales, Montevideo: Relieve, 1993, p. 168.  volver

(8) Felisberto Hernández: Una biografía literaria, Montevideo: Arca, 1991, pp. 207-208.   volver

(9) En Nadie encendía las lámparas, Madrid: Cátedra, 1993, p. 147.  volver

(10) «Felisberto Hernández visto por él mismo y por Vaz Ferreira», El Ideal, 14-2-1929.  volver

(11) Felisberto Hernández: Una biografía literaria, Montevideo: Arca, 1991, p. 209. volver

(12) Felisberto Hernández: El espectáculo imaginario, Montevideo: Arca, 1991, pp. 145-146.  volver

(13) Ricardo Pallarés y Reina Reyes, Otro Felisberto, Montevideo: Casa del Autor Nacional, Imago, 1983, pp. 9-10.  volver

(14) En Narraciones fundamentales, Montevideo: Relieve, 1993, p. 171.  volver

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