El sitio de Jerusalén del año 70 d. C. fue un acontecimiento decisivo en la primera guerra judeo-romana. Fue seguido por la caída de Masada en el año 73. El ejército romano, dirigido por el futuro emperador Tito, con Tiberio Julio Alejandro como su segundo al mando, sitió y conquistó la ciudad de Jerusalén, que había estado ocupada por sus defensores judíos en el año 66 d. C. La ciudad y su famoso templo fueron destruidos el mismo año de su conquista. La destrucción del Templo de Jerusalén todavía es lamentada anualmente durante la festividad judía Tisha b'Av y en el Arco de Tito (todavía en pie en Roma), donde se representa y celebra el saqueo de Jerusalén y el Templo.
¿Cual es la manera de analizar, comprender y otorgar un
sentido de razonabilidad a los mitos que lega la historia?... Es bucear en el
origen de los acontecimientos.
Y como siempre fue motivo de mi curiosidad el porqué de la
estigmatización social a los judíos, una casta que legó a la posteridad tanta
historia escrita de sus experiencias de vida,
y respetuosa de toda creencia espiritual, me atrevo a hurgar en ese
tiempo antiguo, del que ellos nos hablan, en busca de una respuesta. Época de
carencias económicas pero rica en acervos culturales.
Los judíos desde siempre, según sus escritos, disputaron en diferentes
comunidades sus espacios de identidad y la legitimación de su Dios.
Pero existen testimonios documentados en otras culturas, que
les atribuyen un papel responsable y fundamental en un hecho excepcional en la
historia de los tiempos a partir del Año 1 del Calendario juliano-gregoriano y Occidental.
Para tratar mi inquietud y comprender por qué se mantuvo a lo
largo de los siglos este sino, me preocupé por investigar en libros y luego, según
mi criterio, elaborar este análisis sobre el tema.
Dije: según mi criterio.
No desciendo de judíos, pero me formé espiritualmente en una
de las acepciones místicas, producto de aquella lejana época, donde vivió un revolucionario judío llamado Jesús.
Para ello, me ubico en el Año 1 D. C. en Jerusalén, la ciudad
sagrada para tres religiones de la actualidad: la judía, el islam y la
católica.
Auténtica Babel, en la Jerusalén de entonces, convivían individuos
de etnias múltiples, heredadas de invasiones que a lo largo de los siglos debió
soportar la ciudad: asirios, babilonios, persas, griegos. Y al momento de este
relato, romanos, que desde la conquista de Alejandro Magno a los griegos, consideraban
a la provincia de Judea, un estado aliado y cliente, con su propio gobernante, estableciendo
un acuerdo con su Rey.
La situación entonces, encuentra a los ciudadanos de
diferentes culturas y de mayoritaria ascendencia judía, enfrascados en una
rivalidad religiosa y política y de resistencia al poder ejercido desde Roma.
Los israelitas, con la carga histórica que su estirpe poseía,
creían en el Dios Jehová y en su Docta Ley. Y a través de una leyenda escrita
en el Antiguo Testamento, el libro de historia más completo y antiguo de un
pueblo que aún existe, esperaban la llegada del Mesías prometido por su Dios, que
los liberaría del vasallaje que los oprimía.
Los romanos veneraban
entre tantos dioses y vírgenes, al Dios Sol.
Y el visionario Jesús, con la anuencia de sus apóstoles y sus
seguidores, se atribuyó el papel del Mesías prometido y aceptó morir en la cruz
para cumplir con las Escrituras hebreas.
Pero este privilegio le fue negado por los Doctores
israelitas del Templo de Jerusalén, con los que Jesús había confrontado, quienes
sostenían que el Mesías a venir no debía morir, sino erigirse en Rey triunfante
y liberador.
Y a la autoridad romana, autora de su muerte, estas
desavenencias del momento, le vino de maravillas, para declararse inocente ante
el hecho histórico consumado en una cruz.
Los manuscritos encontrados en el año 1947 en Qunram, a
orillas del Mar Muerto, vienen a confirmar detalles de esa época y las diferencias
internas que dividía a los israelitas.
¿Qué sucedió en más entre la comunidad hebrea y el poder
romano?
La situación llevó a que en el año 66 D. C. por las
desavenencias entre los judíos exégetas del Antiguo Testamento que afirmaban
que Jesús fue nada más que un profeta y los Apóstoles, que lo creían divino, se
agravara el conflicto con Roma y soliviantaran el orden en la ciudad.
El emperador de entonces, Tito, hace echar abajo el templo de
Salomón y destruye las fuentes documentales de la liturgia judía.
Hay documentos escritos por historiadores sobre las revueltas
y sus mártires, que relatan la destrucción de la fortaleza de Masada, y cómo se
inmoló, en su interior, al ver perdida su batalla, la totalidad de los judíos zelotes
(guerrilleros), que huyeron de Jerusalén y llamados así por su intransigencia
de querer independizarse del vasallaje de Roma a partir de cualquier medio. Fue
la primera guerra de importancia judeo-romana.
La historia nos trae al año 135 donde, ante lo tenaz de los
problemas, Roma cambia el nombre de la provincia, y pasa a llamarla Palestina,
como forma de borrar toda memoria judía de la región. Luego en el año 326 de la
nueva era, según dicen los escritos, el emperador romano Constantino, en una
oportuna conversión mística, instaura una nueva religión, harto de enfrentar las
revueltas de ortodoxos y de cristianos seguidores de Jesús, decisión que vino a
pacificar, en parte, las controversias entre sus vasallos y que dio origen al
nacimiento de la comunidad Católica
Apostólica y Romana.
Los judíos conversos e influyentes de Jerusalén aceptaron la
paz con Roma, unificando el poder en la autoridad del Rey y el referente mayor
del nuevo culto oficial para el reino, el Papa.
Mientras otros judíos, adoradores de Jesús, separando su espiritualidad
de lo material, permanecían en rebeldía en Jerusalén, pero no lograban la
unidad con quienes negaban a Jesús como el Mesías prometido por las Sagradas Escrituras.
Ambas comunidades eran perseguidas y
martirizadas.
Constantino envió a Jerusalén a las Cruzadas, el ejército
papal, a custodiar los lugares donde murió Jesús, el Mesías aceptado por la
nueva religión.
Y se inicia la diáspora de los hebreos, los tradicionales que
aún hoy esperan el Mesías prometido por su dios Jehová; los que se escondieron en
grutas, junto a sus escritos; los agnósticos, que no comulgaban con Roma. Muchos
de ellos, con el tiempo, terminaron muriendo en hogueras.
Y es aquí donde surge lo que incita mi inquietud.
El judío Jesús, de temple firme y convencido de que venía a
salvar de la Culpa a la estirpe de Adán de casi cuatro mil años de antigüedad, al
reinar sobre Roma y su Imperio, en la Divina Trinidad del naciente culto, ¿Fue el
responsable imprevisto de la
estigmatización de su linaje?... ¿Tenía
su estima tan alta y no midió la tozudez de sus hombres?... ¿O fue un inocente
cordero utilizado sin escrúpulos por el nuevo culto?...
Pero a Jerusalén, la rebelde, en el año 614 D. C. Roma la pierde
a manos del general Sharvaraz de Persia, quién abre las puertas a otras
culturas. Y con el tiempo, una nueva religión, el Islam, edificó sus mezquitas
sobre las ruinas judeocristianas.
Hoy, Jerusalén, cuna del sentimiento espiritual de la
humanidad, madre de tres religiones monoteístas… ha vuelto a los judíos.
Y hay páginas en
blanco de su historia que esperan que Roma, la mística, escriba en ellas palabras de redención sobre
su complicidad de entonces, en la argucia de simularse inocente, de una muerte
en la cruz.
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