Vuela su tinta.
Para algunos escritores el universo cabe en una gota de rocío. También miran el infinito en los ojos de un gato cuando resplandecen en la noche. Así Jorge Luis Borges descubrió el Aleph, punto de confluencia de todos los sitios, y otro iluminado, José Lezama Lima, el Tokonoma.
De modo similar el haikú es una llave que nos permite acceder al ámbito donde el vacío ocupa la materia y el tiempo se detiene gracias al estado de iluminación poética que en tan breves límites se produce. Imaginemos los jardines Zen de Japón: unas pocas piedras, unos cuantos trazos, dos o tres árboles sugieren el vasto mundo. Frente a ellos podríamos decir:
Las rocas ocupan
el sitio que les corresponde,
la primacía de una cumbre
no tiene importancia
frente a la precisión de lo breve.
Dos o tres árboles
o ninguno,
tal vez la brisa que recuerda
a las hojas del otoño.
La luna tiembla en el estanque
y hay pausas donde se abisma el vacío.
gozar ante la página en blanco
—en su jardín Zen—
que el lápiz rastrilla.
Y así, detrás de las palabras,
hallar la permanencia.
Llega el haikú del milenario Japón y enraíza su bonsai en la lengua española. Conserva su carácter de miniatura —3 versos, 17 sílabas—. En ellos, la visión se ciega y habla con los otros sentidos: los del cuerpo y el alma transfigurados por el misterio en esta alquimia verbal y metafórica.
tropezara en mis manos:
sol, tierra y cárcel.
Hay aquí una riqueza sugestiva propia de los que sueñan despiertos: el sol es el brillo de las alas de la libélula; la cárcel, las manos que la atrapan; la tierra, el color de esas manos. Y la libélula pudiera ser la poesía que las manos persiguen vanamente. Asoman otras interpretaciones, tantas como lectores.
Fue Mastsuo Basho quien elevó este género poético a su mayor altura, aunque hubo otros cultivadores no menos notables: Sokan, Buson, Issa, Shiki. Matsuo Bonefusa adoptó el seudónimo de Basho porque sus discípulos lo llamaron con el nombre de un árbol muy apreciado en Japón. Y bajo sus ramas atendieron sus lecciones de amor a la naturaleza. Los puedo imaginar caminando por el bosque detrás de su maestro o sentados en torno a él. De improviso una libélula se posa en un gajo, el más despierto de sus alumnos exclama:
esa roja libélula
sería gajo.
A lo que el maestro responde: "¡No! ¡No!", y corrige:
brotaran a ese gajo
sería libélula.
Esto, porque la poesía torna ágil lo estático, vuelve hermoso lo cotidiano. El haikú crea, con una descripción concisa, cierto estado de ánimo. Evoca, a través de una imagen, todo un mundo de sugerencias, captura en el instante los atisbos de eternidad.
Octavio Paz, al comentar esta forma poética breve, asienta:
"Desde un punto de vista puramente retórico el haikú se divide en dos partes, separadas por una palabra cuchillo: kireji. Una da la condición general y la ubicación temporal y espacial del poema (otoño o primavera, mediodía o atardecer, un árbol o una roca, la luna, un ruiseñor); la otra, relampagueante, debe contener un elemento activo. Una es descriptiva y casi enunciativa; la otra, inesperada (...). El haikú se convierte en anotación rápida, verdadera recreación de un momento privilegiado: exclamación poética, caligrafía..."
Ejemplifico:
Elemento descriptivo o enunciativo: la telaraña.
Elemento activo e inesperado: es el hilo de plata / que teje el viento.
Es la atmósfera espiritual, sin embargo, la dádiva del haikú al Occidente. Detener nuestra vertiginosa vida diaria para contemplar una flor que aroma la orilla de un estanque, armarnos de saludable paciencia para recorrer con los ojos del alma los hilos de la telaraña que se irisa con el sol mañanero, degustar la gota de miel de sus tres renglones. Qué remanso para nuestro vertiginoso vivir este prodigio de orfebrería verbal que nos legó Japón y aclimató en México el poeta modernista José Juan Tablada.
Escribir haikú apacigua. Para crearlos hay que ejercitar una aguda observación, paciencia y amor por plantas, animales y paisaje. La simplicidad rinde los mejores frutos; la metáfora debe emplearse moderadamente. Basho definió el haikú de este modo:
Y en el momento en que escribía estas consideraciones bajó una mosca a la página llena de tachaduras, flechas, enmiendas y asertos. La mosca es un haikú viviente, ubicua criatura de la muerte y de la vida. Recordé uno de la escritora mexicana Gabriela Rábago Palafox:
camino de la mosca
sobre la tinta.
Y encontré uno más de Shiki:
mis ojos aún con vida?
¡Moscas, callad!
Escribir haikús es abandonarse a la contemplación: ver sin ver, estar presto a capturar una sensación, gozo franciscano de cantar a las criaturas de la creación, llegar al mundo por la escalera del vacío. Shiki, poeta más cercano a nuestro tiempo, aportó una serie de considerandos para los que cultivan este arte. Transcribo algunos:👇
👉-Sé natural.
-Ten en cuenta la perspectiva. Las cosas grandes lo son, sin duda, pero también las pequeñas pueden ser grandes si se ven de cerca.
-Un haikú no es una proposición lógica y no debe mostrar el proceso reflexivo.
-Sé conciso, omite cuanto no es útil.
-Haz acopio directo de material; no lo tomes de otros haikús.
-Emplea imágenes tomadas de la fantasía y de la realidad pero prefiere estas últimas.
Para los diletantes de la poesía o para los que apenas llegan a sus jardines son valiosos estos pétalos de la intuición. Pócima del ensueño, la tomamos a cuentagotas y aún así, su efecto es profundo, placentero. El que los escribe lanza esferas de jabón a los caminos del viento; el que los lee, persigue estas mariposas, estos colibríes de la palabra con el ánimo de dejarlos escapar. Apenas son el roce de unos labios en el cuerpo de la magia o polvo de luna que impregna los dedos y el espíritu.
No resisto la tentación de leerles algunos que salieron de mis manos y que sembré en la página:
Sed de la llama, / sed de la llama un grito, / Ah, mariposa.
Traduce el agua / al oído del niño / versos de Issa.
Puesto en palabras / quizá una flor sería / la faz del alma.
Cáliz en flor, / también en un haikú / cabría Dios.
El haikú no se agota con la primera lectura. Sirvan estos comentarios como una invitación a leerlos. A continuación transcribo algunos haikús de los niños y jóvenes del Taller Literario Syan Caan de Bacalar, quienes ofrecen así su florilegio de voces frescas.
es el hilo de plata
que teje el viento.
Carlos Tun Ruiz
se ha guardado en mis ojos,
bebe mis lágrimas.
Meztli V. Suárez Mc-liberty
un alegre silbido:
es la cigarra.
Zeidy López
volaban por el aire
las mariposas.
Luis D. Canul Suárez
el canto de los grillos
inquieta al viento.
Alma Delia Sánchez
le sirve de antifaz
al arco iris.
Citlalli Suárez Mc-Liberty
—cometa japonés—
una libélula.
Suemi Cocom Abam
Pico de cobre,
móvil nieve en el sol
la fina garza.
Rosa Mazaba C
Del cascarón
brota un pollo amarillo:
el astro sol.
Matilde Cornelio Canul
Miro una piedra,
es un pobre pájaro
que ya no vuela.
Daniel Cabrera Padilla
Es aquel pájaro
el corazón de un libro,
memoria y viento.
Adriana Cupul Itzá
Pájaro y jaula,
notas envejecidas
que ya no vuelan.
José Ortega Canché
Tan sólo un pájaro
alegra mi corazón
en el otoño.
Sandra Méndez Parra
La selva huye,
en el brazo del miedo
se cuelga un mono.
Reynaldo Rivera García
Venado altivo,
¿retoñarán tus cuernos
de ramas secas?
Nery González Cabrera
La garza blanca
es la novia del sol
esta mañana.
Karina May May
Luna creciente,
la sonrisa de Dios
asoma al cielo.
Gabriel Aké Kan
Llueve y hay frío;
me tapo con la noche
y tengo miedo.
Guadalupe Fuentes Allen
Cubre mis sueños
manto de lentejuelas,
hermosa noche.
Diana Franco Padilla
El caracol
con su música azul
arrastra el mar.
Omar Suárez Mc-Liberty
Besa un instante
los labios de la flor
el colibrí.
José Luis Rullán Lara
Sin que lo sepa
está siempre de luto
el zopilote.
Mauro Estrada Ramírez
Laguna blanca
y un camino infinito:
luz de la luna.
Ma. Antonieta Navarrete Tun
Vi una montaña
de papel arrugado
bajo la luna.
Emma Rivero Ucán
La luna: libro
donde escribí mi canto
cuando era niño.
Amílcar Orellana Ramírez
Querida Muerte,
revela tu secreto:
¿quién es quien sigue?
Meiser O. Tox Granados
Lloraste, mar.
Con una hoja blanca
seco tus lágrimas.
Tania Sol Portillo Martínez.
Veo mi plato
en donde brilla hermosa
la luna llena.
Reynaldo Poot Tec
El árbol ama
la historia de sus hojas.
Más tarde, nada.
Bárbara Domínguez Cortés
Siempre tan solo,
el pobre espantapájaros
pide respeto.
Miguel Sánchez Vera
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