Lo conocí a Don
Arrieta en su época de juventud, hombre gaucho de
Santa Fé, creo que nació en un pueblo llamado El Nochero; ahí
también se había casado con una tal Juana López, con quién tuvo tres hijos, que le salieron del
mismo palo, domadores y gustadores del vino con amplio vocabulario campestre.
Un amigo de Don Arrieta en una charla me comento que su
trabajo era disciplinado y clara enseñanzas en sus palabras; lo recordaba también con su mate amargo al alba
mirando rojizos horizontes con sus últimas estrellas. Este tal amigo, Don Sánchez,
cruzo su destino en una pulpería y fue el vino la bebida que dio comienzo aquella amistad, multiplicando en destrezas gauchescas el tiempo vivido.
Sé que fue encargado muchos años de otros campos de la zona y en solitarias noches con su caballo bajaba como peregrino de
huellas andadas con el canto del río.
Sabía también que en tiempo de lluvias caminaba con su negro
pasuco al lado, curando los animales; y frente a cuatreros o extraña alimaña no
dudaba en montar su escopeta para asentar su presencia en señal de coraje; decía
“no me asustan los caminos ni
arenales ni pedregales”.
Muchos años pasó en aquel campo con su rancho, su trabajo y soledades
campestres; como parte del desencanto que Juana López sufrió.
Su cuerpo por las duras condiciones climáticas y el paso del tiempo, hizo olvidar su joven
andar. El arriero fue presagio de polvorientos caminos, viendo pasar algunas penas y cerrando las últimas vacas en el corral.
La vida lo llevo a
otras latitudes, con sus enseñanzas y su
mate amargo, él dice,
- Mi ciño negro pasuco ya nunca lo ensillaré, lo han de cuidar las estrella y adiós mi caballo,
ya no volveré…
Confieso que es cierto.
Marcelo E. Pavese
A veces, la soledad, es la fiel compañera del hombre de campo. Otras, su caballo o aquel fiel amigo que comparte mates o vino. Hay una cierta poesía en ese hombre que contempla atardeceres o despide a su caballo cuando muere. Hermoso relato y muy descriptivo....
ResponderEliminarGracias... Cecilia por tus aporte... Un beso grande..
ResponderEliminarHermoso relato, Marcelo. ¡Felicitaciones!
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