Como en muchas tardes complaciendo a mi persona y tratando de
observar aquellas cosas que por simple
existir no mostraban un interés, me
senté en un solitario banco de la plaza
de mi pueblo; el día transcurría en luces tenues de un otoño lluvioso y
frío.
La multitud de árboles con amarillenta mirada opuestas
a la mía, interrumpían
mi lejanía, por tal modo trate de
inclinar mi cuerpo en busca de maderas firmes del aquel banco por otra perspectiva. Por algunos momentos el sol y
una suave brisa acompañaban mis
pensamientos que recordaban sus ojos celestes de cielo en geografías de palabras amorosas.
Hacía varios años que no la veía, tal vez las distancias o el exilio
había hecho en mí un camino de ausencias.
Los pensamientos vinieron y se fueron, como la brisa que una y otra vez retorna con hojarascas
esparcidas, y en ese sincerar de movimientos como buscando las monedas en el
bolso llenos de cosas por unos cigarrillos, acaricie una carta y una brújula
que siempre guardaba, y mirándola pensé, tal vez ella
marcaba mi regreso, con aromas y silencios de un destino.
Marcelo E. Pavese
Marcelo E. Pavese